miércoles, abril 22, 2015

25



Allí fuimos, a celebrar las bodas de plata de unos amigos. A ver si nos explicaban el secreto. Porque resulta que llevan juntos media vida y encima son felices. Inmersos como estamos en una cultura donde lo único sólido es la técnica, donde sólo se exige ética y lealtad a los políticos, donde lo privado y lo íntimo es subjetivo y volátil porque ninguna ética tiene raíz en la vida personal, celebrar 25 años de matrimonio es pura subversión contracultural. Y no es nada fácil.

Porque en cuanto llegas a la juventud, te complicas la vida con alguien y se acabó la libertad. Devora tu tiempo y habitas su cuerpo, tan deseado y tan distinto. Carne que le faltaba a tu carne para ser carne. Descubres tu cuerpo de hombre, tan fuerte, y tan débil. Descubres su cuerpo de mujer, tan frágil y sin embargo más fuerte que el tuyo. Durante 25 años. Filtras el ruido, dejas que el relato del otro se instale. Aprendes que el mundo también existe desde allí fuera, desde sus ojos, su familia, su trabajo, su música, sus películas, sus amigos, su salud. Te sorprendes de que a veces, ese mundo sea más real que el tuyo.

Sientes como tu alegría le alegra a ella. Y comprendes, cuando llega, su dolor sin sentirlo, hasta que te invade su mirada rota y te acaba doliendo más que a ella misma. Bebes de su rostro. Su rostro es lo que más buscas. Allí te encuentras, allí te pierdes. Allí descansas, allí sufres. Terremoto y oasis. Cualquier gesto, inflexión de la voz, brillo de los ojos, habla de cómo habita su alma el mundo, de cómo te vive aquel quien te habita.


Aprendes a ser tú mismo, fijáis límites para poder respirar. Discutes por chorradas. Y llegan las crisis graves, que tienen su raíz profunda, que duele tanto descubrir. Y ella descubre tu feroz egoísmo, y tú descubres su orgullo. Ella tan frágil, y tú tan débil. Humanos. Descubres que el otro no es tú. Ella llega donde tú no llegas. Y tú alcanzas desde fuera eso que ella no ve. Nunca os daréis alcance, siempre habrá un yo y un tú. Y por eso os hacéis falta, para comprender quiénes sois, para llegar más al fondo de cada uno a través del otro. Hasta que sus labios sean los pulmones de tu alma. Hasta que tus ojos sean la única llave que abre las puertas de su corazón. Sois cada uno el más fuerte y el más débil con el otro. Y así otros 25 años. La vida entera.

Etiquetas: , , ,

miércoles, marzo 18, 2015

EX-


Una conocida se ha separado. No es una gran noticia. Ni siquiera es ya noticia. Como dice un amigo mío, ¿conoces a alguien que no se haya separado? Pues muy bien, que se va a hacer y tal. Rezar, para que no acaben en los juzgados. Rezar para que haya un milagro que los haga perdonarse. Pero un milagro hace falta. Porque una vez que se toman las de Villadiego, una vez que se cruza la puerta de casa, viene el rencor más duro que el diamante. Pero milagros, a veces, haberlos haylos. Como las meigas. Alguno he visto.

Bueno, a lo que iba. Nuestra conocida. La veo por la calle sentada con alguien muuu guapo (la envidia es muy mala, ya saben). Demasiado para la edad que tiene (y dale con la envidia). Un pincel el chico. Ese pincel… no tiene cara de casado con hijos (¿envidia?). Con hijos conviviendo con él, claro. Hijos de week-end, no valen (¿envidia?). Eso no convalida. Y efestiviwonder. Días más tarde me entero que se separó. Hace tiempo. Yo de estas cosas siempre me entero muy tarde. De hecho hace ya tanto tiempo que ya está en el momento “encuentros en la tercera fase: cambio de cromos”. Cosas que pasan. Mucho. Ya nos devolverá el mar todos los trozos de estos naufragios.

Me da pena, sí. Pero lo que no me mola, es que semanas más tarde nos vea por la calle, un día de esos en los que te escapas de tus hijos en fase de despegue adolescente, en que huyes (literalmente) con tu mujer, y vas hablando con tu mujer (un lujo), mientras no te lo crees, sin niños a la vista, tienes una conversación de fondo, media hora, reseteas, vuelves a recordar aquello de pasear, y mira, que tienda más chula aquella, con la excusa de ir al súper o a devolver la chaquetilla que no le va al niño. Que bien se está aquí. Hagamos tres tiendas, cari. Y te encuentras a tu conocida en esa maravillosa calle, mira que es ancha la calle, y te dice ¿qué tal pareja?... ¡Qué sueltos se os ve!

Por la gloria de mi madre, que me mordí la lengua. Reconozco que la chica nos lo dijo, quizás, sin retintín, con envidia de la buena. Pero percibí un deja vu amargo. Ella no tenía todavía una pareja que mole. Ella tiene recambio, en prácticas. Lo siento. De verdad. Todavía no ha consolidado al maromo, y por lo que me intuyo, no lo va a consolidar. Ese deja vu amargo revela un subconsciente repleto de maromos suplentes. Espero que no. De todas formas, Loctite para ese corazón… no existe. Me duele. Lo siento. A lo mejor, sueña ella, la media naranja de su vida se desploma sobre su corazón.

Pero ya el tren del desengaño dejó el virus del do ut des, inoculado en las junturas del alma: el virus del que-me-das-para-que-yo-te-de, si-me-das-eso-es-porque-quieres-lo-otro: bueno, no déjalo, que esto es muy complicado. El cansancio del egoísmo, del sumar y restar siempre a mi favor, haciéndome el/la mártir. Se perdió la frescura del amor primero. De ahí sabor amargo del deja vu. Del desengaño. Del cinismo. Del yo ya sé cómo va esta movida. A mí no me la meten doblada más veces. Esta vez, daré si y solo si recibo. A verlas venir. Corazón con uñas de tigresa. Qué hay de lo mío. Y miras, por las noches de perfil a sus hijos, esa verdad hiriente, que te abofetea a ti a y tu ex- la mejilla, en plena cara. Quien tiene la culpa. No lo sé. Quizás él. Pero el recambio, sirve para herir, no para curar heridas. Sobre todo esos recambios muu guapos. Esos recambios que tienen pinta de portada del Hola de pueblo, para que se joda el ex. Me da mucha pena. De verdad. Pero que no me toquen las narices con la envidia. Hago flexiones de corazón todos los días. Y me entreno oiga. No sale gratis la cosa. Y me parece justo que no salga gratis.

Odio esas cosas. Primero, porque ven tu familia en la foto, y… oiiii… que monos. Que familia tan bonita tienes… Y me sale del alma: detrás de esa foto, hay alegrías y muchas lágrimas. Que yo no soy la Madre Teresa. Ni mi churri tampoco. Nos queremos, sí, y mucho. Pero el almíbar rosa para las pelis memas de Hollywood. Con casi 50 hay que cuidarse de los excesos, que acecha la diabetes. Ya las motos vendidas por los vendehúmos, se rompieron hace tiempo, y las grietas del cuerpo suben por la pared del alma, hacen una reflexión profunda cada mañana cuando pones el pie en el suelo, y se oye: ¡Ay! La experiencia, vamos.

Y además, si ya sé que lo que queda bien es “estar con una buena pareja”. Que buena pareja hacéis. Y si no, otra. Hay que buscar. Meterse en Internet, en Meetic, y que nos hagan el test de compatibilidad. Y aunque no funcione mucho, nos acostamos a ver si funciona. Que me quiten lo bailao, que ya va quedando menos. A ver, si es que ya nada funciona. Esto era cuestión de sexo, mucho sexo, y ahora es como el sexo de los ángeles. Nadie sabe cómo va a salir la cosa, nadie sabe un carajo. Hay que probar. El elixir de la felicidad “aparejada”.

Pues seré raro. Yo en esto soy Chestertoniano: precisamente ella es mi mujer, porque somos incompatibles. Alfa y Omega. Yin y Yang. Complementarios. Asertiva y dubitativo. Lectora de Best Sellers (puaj) y lector de ensayos filosóficos (raja de lo lindo sobre los plúmbeos ladrillos que leo). Firme y voluble. Tímido y parlanchina. Extrovertida e introvertido. Amante del sol, amante de la sombrilla. Trabajador del sector público, trabajadora en el privado. Poner a juntar las vidas, educar a los hijos. Imposible. Seguir casados. Una mentira. Si es que claro, no tienes lo que hay que tener, para mandar todo al carajo. Eres un hipócrita. Eso piensan algunos.

Pues no. Sigo, como Duracell. Lo único ex- es ella, mi exnovia. Con la que tengo algunos hijos. Cualquier día escribo una comedia de enredo… Porque el bicho matrimonio da para hablar. Pero si juntas matrimonio y efectos colaterales de cuñadas, sobrinos, suegras, etc: la realidad siempre supera a cualquier juego de Candy Crush.

Milagros de la incompatibilidad. De la complementariedad. Ella tiene lo que a te falta. No se cansará de hacértelo ver. Y él, por lo bajini, soltará cargas de profundidad. Antes o después. Si no, no funciona. En mi caso, casi veinte años, las cargas han hecho mella. Han pulido mi espíritu hasta los más recónditos sitios. Vaya que sí. Golpes a la línea de flotación de la arrogancia, del desconocimiento propio (con los años eso de golpear la línea de flotación no tiene mérito: cada vez es más ancha porque vas engordando…). Pero pasado el Rubicón de la sorpresa, del desconocimiento, aceptado que ella no es perfecta, y sí, ya sabíamos que yo tampoco, ya te lo tomas en plan relax (medio-relax, ojo, nunca del todo… que vienen curvas). Con risas. Risa va y risa viene. Y discusión de vez en cuando. Así crece el conocimiento mutuo. Y si faltaba algo, los hijos. Claro, es que es tan fácil educar. Y ellos, lo ponen tan fácil. Son muy majos. Como lo éramos nosotros con nuestros padres.

De eso se trata. De entre todas las que había, que no eran tantas… porque el listón estaba alto (demasiado alto para mí, je), apareció esa chica concreta. Dios la puso delante de tus narices. Y elegisteis, y caísteis, libremente. Irremediablemente. Pero lo guay viene ahora. Montañas rusas verás, Sancho. A veces no es fácil para ella. Ni para ti. Porque para ti es un tipo de persona que se llama mujer, que es como una persona que sientes más, que te sorprende más, que te descoloca mucho más, que pesa muchísimo en tu cuerpo, en tu horario, en tu vida real de aquí y ahora. Esto de quererse es intenso, complicado. Quererse es posible. Entenderse del todo, imposible. Es un misterio esto de las mujeres. Y lo de los hombres, cuando nos callamos y no hablamos, y somos pensativos, como tumbas, sin capacidad para desgranar lo que has hecho hoy, eso tan ordinario, que ella está loca por sopesar, por compartir, por vivir contigo. Insensibles, que se dice… ¿les suena? A nuestra manera. Osos en nuestra madriguera. Lo sufre oiga. Se lo curra, mucho. Porque la ecuación hombre/ mujer existe. Una ecuación de cojones (perdonen la expresión). Ecuación difícil, porque convivo con una persona. Y no hay quien la encasille. No sale todo como yo preveo. Ni a ella tampoco. Ella, yo somos previsibles, pero siempre acabamos sorprendiendo. Fíjate, al cabo de tantos años, me sale con esas… Nunca la podré meter en una urna, ni ella tampoco, y decir: te comprendo del todo, ya sé por dónde vas a salir, y te voy a colocar este gol. ¡Ja!

Nos dicen: el sexo los unirá. El sexo del bueno. Y cuanto más sexo más mejor. Y la falta de sexo los separará. Y los hijos los separarán. Y el trabajo los separará. Y la rutina los separará. Hágase la separación. El divorcio cuanto más exprés menos marrón dentro del marrón. Ya. Y seguimos como amigos…. ¡Ja!

Seguir queriendo querer. A pesar de las pifias. Y cada vez, cada año, se descubren detalles en el cuadro viviente de esa chica con la que construías los castillos en las nubes, los castillos de naipes del amor, cuando todo era plan, todo era mar y no había orilla donde apoyar los pies. Hasta que los pies los pusisteis en una orilla, que mira por donde, no era como tú y yo creíamos exactamente. Ni los hijos vendrían de esta manera, así, exactamente. Ni la casa, ni el trabajo, ni la vida. Cosas del despliegue del vivir, del respirar del misterioso corazón, del cariño. Ella ya sabe cómo estás nada más oírte. Nada más verte. Tú ya sabes cómo viene el toro de la tarde al llegar, con sólo doblar la esquina del pasillo. Eres un artista. Ella es una artista. Sabe tragarse sables. Y tú haces triples saltos mortales sin despeinarte. Y otra vez. Y tratas de hacer feliz a esa chica de ayer, que tienes a tu lado, pegada al oído. Que susurra cosas que nadie oirá jamás. Amor, bastante churro a veces, muchas veces. Y por eso saltan chispas, se corrige, se forja y se funde al otro. Se discute, y se le cantan las verdades del barquero. Necesario forjado y nunca suficiente. Sin ella, no me sabría ser yo mismo ahora. Ni ella volvería a andar, a hablar, a ver por esos ojos el mundo como lo ve ahora. Se quedaría clavada en el tiempo de los dos. Ese tiempo del que ya no se sale. De lo nuestro, de lo que no tuve y nunca tendré, porque sólo tú eres capaz de dármelo. Eso es lo que dejo a mis hijos. Como papá peleaba por mejorar, por pulirse para querer a su madre. A lo mejor, no acaban aprendiendo inglés bien. Pero sabrán que peleé para querer cada día más a esa mujer, que resulta que es su madre, de la que han heredado tantas cosas. Y recibido otras más importantes, porque heredar genes no es lo mismo que recibir. Recibir la forma del amor concreto de mi padre por mi madre, de mi madre por mi padre, es un regalo tan profundo y tan grande, que sólo se puede recibir a lo largo de una vida muy larga. Sólo al final, en el tiempo de descuento, vas pillando el lado oscuro (luminoso) de la trama. Por ser amante de mi mujer en prácticas, de la misma ex que decidió casarse conmigo, se más de mujeres que todos aquellos pobres que van buscando la compatibilidad con el computador de los buscadores de pareja de internet, de aquellos de gatillo fácil y recambio rápido que nunca encuentra la llave de su corazón.

Dios, que se empeña en jugar con nosotros. Al final, somos como niños, balbuceando, intentando aprender a saber cómo querer. No tenemos ni idea de cómo somos, de todos los defectos y pifias que hacemos. Tenemos la sensibilidad de un elefante. Y para eso “Dios creó a la mujer”. Carne de mi carne. La carne que le faltaba a tu carne para ser carne, cuerpo de verdad. Cuerpo de hombre, que te creías que lo sabías todo. Cuerpo de mujer que te creías que era el hombre eso. Pues toma dos tazas. Y en el cuerpo del hombre fuerte, está la debilidad. Y en el cuerpo tan bello y frágil de la mujer, está la fortaleza, increíble, más dura que el acero. Y cuando tú mujer, te crees que ese hombre débil, ese cuerpo quejica, no vale, surge ese tío que no te imaginabas, ese que llora, pero se bebe las lágrimas para adentro, que no se quiebra, porque está allí para proteger a su familia contra todo. Sólido como un muro de hormigón, frío y práctico como una espada. Y vuelta a empezar. Y tú hombre, en tu inteligencia abstracta, global, a largo plazo, en esa que no cabe nada más… hasta que llega la mujer. Concreta, práctica, humana. Tu coco, descubres, era un queso gruyere, lleno de tablas Excel, de cagadas, que no se sostienen en la vida real de aquellos que tienes a tú alrededor… ¿dónde te creías que estabas? ¿En la Casa Blanca arreglando el mundo, pedazo de troll? La unión hace la fuerza. Pero sólo funciona para aquellos que son lo bastante fuertes para ser humildes, para comprender que lo que les falta lo tienen al lado. Hay que pulirlo, sí. Pero con paciencia y cariño. Con mucha paciencia. Volver una y otra vez a limar una y otra vez con la lima de uñas los barrotes de la cárcel del egoísmo del yo. A veces, somos tan gilipollas, que no sabemos lo que tenemos en casa. No sabemos descubrirlo. Por orgullo. Por cabezonería.

Ella/Él tiene lo que te falta. Lo que no tienes. La media naranja es lo que no tienes tú. Y es humillante, y es divertido. Toda una vida para aprender a darse cuenta donde no llegas. No para uno de descubrir cosas. Si nos tragamos el orgullo, una y otra vez. Al final, hasta se le coge gusto a reírse de ese defecto que no se va a ir nunca. Y de los suyos. De esa forma que tiene de andar, de esos latiguillos que copian y pegan los hijos con retranca, de la manera de hacer guiños a esa hija, de hacer bromas, de ver ese coñazo de peli… otra vez. Para siempre. Si pero para llegar al para siempre, se pisa un camino de mejora permanente. Hasta que estemos pulidos, listos para el Amor definitivo.

Espero algún día poder decir: luché por amor hasta el final. Decir aquello de he peleado la buena batalla; he acabado la carrera; he guardado la fe (San Pablo, Carta a Timoteo, 4.7)

Vale la Pena.

Forum Libertas

Etiquetas: , ,

jueves, septiembre 01, 2011

EVA AL DESNUDO



El 5 de Julio de 1946 tuvo lugar la presentación del más poderoso artefacto nuclear inventado nunca por el hombre. La presentación tuvo lugar en la Piscina Molitor, Paris. El artefacto había sido testado con éxito a principios de año en el atolón Bikini de las Islas Polinesias. No obstante el presentador e inventor del evento, un tal Louis Réard, ingeniero de automóviles, gafas de pasta negra, insistió una y otra vez en que lo específico de este artefacto es que sería más poderoso que el que se había testado en aquel lejano atolón. Reárd inventó el Bikini, el nuevo traje de baño de dos piezas.  Una nueva época comenzó. La época de la producción del sexo en cadena. El nuevo traje de baño, el dos piezas que desnuda el cuerpo, y nos abrasa por dentro. No por casualidad Monsieur Réard era ingeniero. De coches. La nueva época de la producción, del progreso y del consumo industrial, liberó los cuerpos de la ropa. Desnudó a Eva. Y eso sólo fue el principio. En 1956, como un corolario, Roger Vadim nos recrea a la nueva Eva en la película “Y Dios creó a la mujer”: Brigitte Bardot sale del mar rebautizada como la nueva Venus. Vadim deconstruye el cuerpo de la madre: realza los pechos para siempre vírgenes de Bardot (los pechos de las top model nunca dan de mamar a ningún hijo: así se “estropean”), la cabeza mirando al cielo del Nuevo Mundo, mientras los pies se posan en una arena también virgen unida por un vientre que siempre será plano, nunca dará el fruto de la mujer madura, el hijo. El bikini se hace celuloide de la mano del Playboy Roger Vadim. Toda producción en cadena necesita su marketing. Del ingeniero al playboy, no hay tanta distancia. La vida burgueso-industrial, del bon vivant, necesita un icono, un modelo para que la demanda sea masiva. La desnudez de Eva se adjunta desde ese momento a todo tipo de artefactos de consumo. El Nuevo Mundo acaba de comenzar.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se implementa a velocidad de vértigo la descolonización en África, Oriente Medio y Asia. Europa ya no será nunca más el faro civilizatorio y ético de la humanidad. Los horrores de Auschwitz, del Gulag, de Dresden, de Hiroshima, nos llenan de vergüenza. Hemos de recomenzar de nuevo la revolución. Buscar una base nueva para un hombre nuevo. Y Europa se vuelve hacia sí misma. De esa vuelta a los orígenes, al origen, sale la revolución del 68. Es en la intimidad del hogar, en la familia, el lugar de origen del hombre, donde hay que actuar más. Allí está escondido el autoritarismo fascita, la opresión de la trabajadora madre, la manipulación de la culpa en los hijos. De eso se encarga la Escuela de Frankfurt, con M. Horkheimer y T. W. Adorno a la cabeza. Después vendrá H. Marcuse y todo saltará por los aires. Los jóvenes no quieren esa sociedad corrupta de los viejos. Quieren una revolución marxista íntima. A eso se le llama la Revolución Sexual. No más guerra, sino más amor. Amor sin restricciones, libre, sin reglas burguesas, sin roles ni clases en la intimidad del hogar. Fuera del hogar, todo seguirá igual: ya se ha visto que las grandes ideologías no servían para cambiar las relaciones de producción, pero ha sido (así se interpreta), porque no se comenzó por arreglar el origen del problema de la injusticia capitalista: la estructura fascista, capitalista, burguesa de la familia.  

Pero el amor que buscan los jóvenes del 68, es un amor huérfano de hijos. Es una búsqueda del yo perdido. El nuevo Ulises de Joyce va y vuelve a casa pasando por un burdel de Dublín. Ese es todo el trayecto. Un inmenso monólogo donde Joyce muestra con inmensa habilidad toda la riqueza extrema de la lengua inglesa clasificada como si fuera un museo. Pero ese museo está hecho para sí mismo. Del yo al yo. No hay nada más. Es una búsqueda sin resultado. No hay otros, de los que se huye. El Otro es inabarcable. Es el terror.

La revolución sexual del 68 tiene como varias fases: la teórica, de la que ya hemos hablado. La técnica, que tiene a su vez tres subfases, la primera la aparición de la píldora anticonceptiva, la segunda el aborto masivo, y la tercera la producción de seres humanos a medida (reproducción asistida, selección de embriones sanos, etc). A su vez,  también tiene otro lado o perfil visual o práctico, que se refleja en la moda, las revistas, en la nueva imagen “desenfadada” que desviste a la mujer: minifalda, bikini, top-less. En paralelo, se desarrolla la gran industria de la pornografía.

La imagen del hombre, cambia poco. No se le desviste. La liberación femenina, consiste básicamente en su entrada en el mundo laboral. Pero no es una liberación sexual. La liberación sexual preconizada por los teóricos postmarxistas del 68, es una liberación masculina. La actividad sexual masculina se incrementa de manera exponencial. Al otro lado del sexo ya no existe la Eva Madre. Todo el sexo pierde profundidad. Como dice Fabrice Hadjadj, el 68 y su revolución habla mucho de vagina, clítoris, orgasmo, pero se ha olvidado que todo eso antecede al útero. El útero es el telos de la sexualidad. El útero es nuestra primera casa, nuestro origen,  con aire acondicionado, un todo incluido. El sexo que no llega al útero es un viaje del yo al yo, recargado y pomposo, pero no acaba en ningún tú. No libera a nadie, porque no se sale del yo. Un viaje que nunca acaba en el hijo, es un dar vueltas a la celda del yo. El hijo es la novedad absoluta, es la ventana al cosmos, lo que trasciende toda relación (¿qué hay superior a hablar con un hijo, con tu hijo?), lo que no se puede prever nunca del todo. Lo que no se sabe como crece, sino que se ve mientras nos asombramos.

La Eva desvestida del 68, sin embargo, se afana en vestirse una y otra vez. Se desespera probándose zapatos que vayan a juego con la falda. Mi hija lanza miradas a su madre de desaprobación. Eso no mamá. Y vuelta a empezar. La ropa que la mujer desespera en ponerse, es precisamente la que debe provocar las ganas de quitársela. El verdadero pudor, llevado hasta el final, mantiene el vestido sólo para una desnudez más plena. El rostro, las manos manifiestan el espíritu. El vestido permite el despliegue de esa palabra que desnuda hasta más allá del límite el corazón. Ella siempre es misteriosa, sobre todo cuando se viste, y provoca en mi el deseo de desvestirla. Y el deseo es más intenso cuanto más se muestra ese rostro que emite radiaciones intensísimas a todo mi ser en forma de palabras que me convulsionan porque su fuerza viene de un más allá que intuyo, del que quiero más y más, pero que nunca llego a atrapar del todo.

Y cuando Eva no está vestida, cuando se muestra entre coches de lujo, cuando es una Mamá Chicho para alegrar la líbido de un sátrapa de cabaret como Berlusconi, el cuerpo abrasa y se hunde la mirada en la ropa ceñida, se oculta, se vela en negro ese santo de los santos  que no podemos ver, es decir, su alma. Donde nadie puede entrar. Eva desaparece: su rostro y su interioridad secreta se diluyen. Y aparece la silicona que afirma, y el bótox que levanta. Eva se llena de profilácticos. Tiene que proteger su interior con mucha goma y plástico por fuera, para compensar un mundo interior estéril. A la señorita le da demasiada vergüenza su interioridad y por eso se esfuerza en tapiarla con la armadura de sus encantos. Y la llave de la fortaleza acaba en la alcantarilla de algún hombre que no sabrá rodear el laberinto del Santo de los Santos, para entrar en la morada donde se halla la chica que tanto busca en el fondo de su ser, como dice Fabrice Hadjadj en ese magnífico libro, la Profundidad de los Sexos.

Pero cuando ella y yo mantenemos la distancia, se da el encuentro verdadero. Ese rostro desvela el sancta sanctorum de su interioridad, no se apaga el deseo. El deseo de entreverla desnuda. Su rostro es puro por encima de su jersey, sus manos hablan con su boca, sus ojos, en lo que tenían de más claro, me inoculaban el deseo de lo que ella tenía de más oscuro. Esa es la revolución inacabada, la vuelta al principio de su rostro que nunca ha dicho la última palabra. Su radiación es demasiado fuerte para que yo, el esposo, lo atrape en un solo te quiero, en una sola posesión. Se escapa, y vuelve con sus interrogantes, me interpela, me mira desde arriba, desde abajo, desde todos los ángulos a los que yo nunca llegaré. Eva me hace reinventarme, me saca de mis límites, me humilla, me hace reír.  

Un amigo mío se casó hace poco. A veces se da cuenta de que lleva el anillo de casado en su mano izquierda. Se despierta y piensa “¿qué es esto?”. Nunca lo sabemos del todo. Ella siempre está ahí con su corporalidad radicalmente distinta, cambiante. Eva, tan frágil, tan en segundo plano, siempre acaba siendo más fuerte, siempre acaba siendo esencial. Es Gaia, la madre, el origen de todo hombre, el valle profundo por donde transita el río de la vida.

Desde Freud, el sexo ya no está en el cuerpo, sino en el cerebro. No tiene lugar. Es infinito su deseo, infinita su producción. Hay que crearlo, y para re-crearlo, desnudémoslo una y otra vez. Pornografía, una y otra vez. La sociedad con más consumo pornográfico de la historia, con más explotación sexual de la historia, quiere desnudar y poseer a Eva una y otra vez.  El hongo nuclear que nos arrasa por dentro, da vueltas y vueltas en nuestro coco, mientras trillones de imágenes circulan a toda velocidad por Internet, mientras se extiende la fobia al contacto entre el Tú-en-ti.

Pero la Eva real, ese cuerpo concreto, con babas y fluidos, con un peso y unas orillas muy concretas en el mundo del aquí y del ahora, nos aterra. El deseo se comercia y nos inunda los sentidos. Es un comercio de carne y cuerpos. Pero ese comercio es un comercio entre fantasmas, que no soporta a los cuerpos reales que envejecen, enferman. Que no soporta el tú concreto de una Eva que no es un apéndice de nuestro yo, a la que manejamos a placer. Eva es un rostro, un tú, una boca que no podemos callar. Una boca que nos arremete, nos reta, nos sorprende, nos grita, se ríe, se tuerce.

Turistas de nuestro cuerpo. Visita y atraviesa cuerpos de forma rápida, para meterlos en el álbum del yo agrietado. Busca sensaciones.  El hombre actual no tiene casa, no tiene identidad. Juega, experimenta. Pero no se encuentra en su carne. Su carne cree en la vida confortable, el progreso inevitable, la civilización de la máquina. El sexo personal es un juguete, un joystick. El joystick, la rubia, el coche. Consumo en cadena. Seguimos en la party, haciendo kilómetros. Y la insatisfacción, sigue. La pulsión sexual, no se sacia. Sigue estando ahí la llamada del Otro. El eros sigue tirando de nosotros. Ese no tenerme a mí del todo. Esa búsqueda de la unidad. De repente, un extraño. Aquella frágil chica que se cruza en el trabajo, y provoca la convulsión inesperada de toda una vida. La búsqueda de la felicidad, de la belleza. Ese cuerpo que no se sacia con el plato de lentejas de 300€ que cenamos ayer en El Bulli. La angustia de saber de mi debilidad, de no controlar la nave, porque la nave viene de muy, muy lejos. Más allá del tiempo.

Eva nos observa y su radiación nos sigue abrasando. Mucho. “La potencia de nuestra erótica solar nos abrasa por dentro, porque apenas ilumina a los otros” (Fabrice Hadjadj de nuevo). Sólo hay sitio para la rubia en bikini (siempre rubia, siempre en bikini: que la explosión nuclear no decaiga: para ese problema, solución rápida: a la puerta por donde vino). El sol que atrapa con su infinita gravedad de peso muerto sus rayos, un sol frío, que retiene el semen de sus rayos y no hace brotar vida alguna. Un agujero negro que borra su propio ombligo, su origen a base de no transmitir la vida, rechaza la propia. Un Yo demasiado grande para volver la mirada al pasado de su origen y al futuro de su destino, ya no se comprende a sí mismo, y por lo tanto cesa de emitir luz.

Y cuando el rayo escapa, cuando el vientre germina, a pesar de las pastillas para el vientre plano perpetuo, cuando aparece lo imprevisto, se rechaza. No puede ser que el acontecimiento de un embarazo esté por encima de mi voluntad. Y otra vez volvemos al fondo en negro. Yo, mi voluntad, al final no aceptando la cuna tendré mi tumba. La muerte, no revela desgraciadamente los secretos de la vida. Y buscando ese éxtasis inferior, se hunde el éxtasis superior. Seguimos teniendo ese abismo entre las piernas, que nos arroja una y otra vez a los lobos de nuestra carne insatisfecha que nos desprecia. No hay mando de consola que nos asegure el control, como ocurre con los animales. Un instinto animal produce una vida muy ordenada, no una loca depravación. El espíritu dentro del cuerpo, el abismo hacia lo alto y hacia lo bajo. Dentro de cada uno. El sol nos abrasa a todos. El hongo nuclear no deja de emitir radiación. Inolora, insípida. Pero no indolora. E

Eva nos llama. El rostro es un rostro inacabado, porque se construye con nuestra palabra y yo me deletreo con su boca, su cuerpo, la radiación de todo su ser. El Otro es inabarcable, no se puede meter en la celda de nuestro yo. El deseo que nos rasga las entrañas, el abismo que sentimos en nuestras piernas, es un abismo y un deseo de lo más alto y de lo más físico. El equilibrio del amor es un respeto espiritual que se concreta en algo físico. Cuantos más equilibrios haya entre los abismos, más físico es el hombre. Una relación puramente física es más física cuanto más espiritual es esa relación. Una comida feliz, es una comida con amigos. El solitario que se da un festín, no degusta la comida. La amistad es gratis. La verdadera felicidad cuesta poco, si es cara, no es de buena ley.

Y para que podamos caminar por el abismo, hay que cogerse de la mano de la Gracia. El hombre es demasiado grande, está demasiado alto. Para llegar al equilibrio con Eva, el esposo necesita descifrar los ruidos, las señales que proceden del más allá, de la gracia. Sin la gracia, no hay amor esponsal. La Iglesia Católica es tozuda, intransigente: una vez que hemos dicho que sí a Eva, es indisoluble, se llama matrimonio. No la puedes dejar. Es tu cuerpo físico, el hogar, tu oráculo de Delfos para interpretar tu existencia concreta. La fidelidad debe de ser radical. De palabra, de obra, de acción. La niña de tus ojos, la que llega de un tajo tantas veces al corazón de tus tinieblas con sólo una palabra o un gesto. Para eso, es necesaria la ayuda de la gracia.

Eva no es el paraíso. La fidelidad al amor esponsal, ayuda a conquistar el lugar en el paraíso. Pero en la lucha por la fidelidad, hay sangre, sudor y lágrimas. Hay mucha humillación que nos hace redibujar nuestros límites una y otra vez. Y a Eva también. Eva es una luz cegadora, que nos humillará el corazón, la razón, el cuerpo, muchas veces. Y al revés también. Es una batalla, una montaña, un viaje. Ella no se deja conquistar fácilmente. No es manipulable. Es un ser con alma, corazón, inteligencia, cuerpo distinto, fuera de nuestras percepciones en su mayoría de las veces. Es femenina. Yo soy masculino. Mi cabeza nunca estará en su cabeza de mujer. Mi mirada llega a 180 grados. Ella tiene el resto de la mirada mía, los 180 grados restantes. Eso es humillante. Dios me recuerda que no llego con mi vista, mi corazón, mi cuerpo a abarcar toda la realidad. Eva está en el centro del paraíso, pegada al árbol de la ciencia del bien y del mal. Y la seguimos rondando. Pero eso sí, con la ayuda de la gracia. Mantener el equilibrio entre los abismos, sólo es posible con la ayuda de quien nos hizo, y sabe moldear nuestros corazones para que en un proceso largo, misterioso, emocionante, lleguemos a esa unidad perdida, sin darnos cuenta. Esa  unidad que a veces se consigue fugazmente en los cuerpos, pero que nunca se llega a conquistar del todo en el corazón.

Etiquetas: ,

jueves, abril 08, 2010

La larga batalla de Benedicto XVI para combatir los abusos sexuales


Etiquetas: ,

martes, febrero 23, 2010

Relaciones sexuales, cuatro veces por semana




Jennifer López ha estipulado en su contrato matrimonial el número de relaciones sexuales con su marido, Marc Anthony. Cuatro por semana. En esto ha quedado el triunfo de la espontaneidad, la liberación de las represiones.
La transgresión ha terminado en nuevos contratos, más draconianos. Si dos se quieren y funcionan bien en la cama, ¿para qué quieren papeles?, decían. Quisieron abolir los papeles y terminaron empapelados. No entendieron que el matrimonio era otra clase de contrato: el más libre y el más comprometido.
Fíjate si la unión conyugal será contrato que es el mayor de todos ellos. No estás firmando tu incorporación a una empresa. Estás entregando toda tu persona (cuerpo, alma, pasado, proyectos), todo lo que eres (piensas y sientes), todo lo que vas a llegar a ser (futuro) y todo lo que tienes. ¿Hay un contrato más salvaje? Y con una única cláusula: “Hasta que la muerte nos separe”.
Es el contrato más comprometedor y el menos burocrático de todos. Fíjate si será atípico el negocio que hacéis ante el altar que lo dais todo a cambio de nada. ¡A cambio de nada! ¿Dónde está el beneficio, el margen? ¡Si Adam Smith levantara la cabeza!
Además en la unión conyugal recibes bienes sin merecerlo, sin haber hecho nada. Porque el verdadero amor no se puede exigir, pero tampoco se puede merecer. Por un lado lo das todo, sin medida; y, por otro, lo recibes todo, sin haberlo merecido. No te cobras el amor que das, como si fuera una recompensa por lo cariñosa que eres con tu marido. No hay premios. Eres amado/a sin tener en cuenta tus méritos.
Eso explica que, en el verdadero amor, puedas ser querido incluso aunque tú no correspondas, bien porque haces la puñeta a tu mujer o sencillamente porque tienes Alzheimer y la confundes todo el rato con la asistente rumana.
Al cabo no es el dinero lo que mueve el mundo. Pese al utilitarismo que preside la sociedad, pese a la carrera de obstáculos por atesorar méritos para que a uno le quieran, al final lo que de verdad se valora es el cariño desinteresado. Paradójicamente lo que más llena es darlo todo por nada.
Pero sólo es posible en el ámbito de la familia y del matrimonio, el único refugio frente a la intemperie del mercado. Cuando cierras la puerta de tu hogar, entras en otro mundo, con una lógica completamente diferente. Respiras hondo. Porque en el hogar no vas a recibir más amor por tus logros. En su diccionario no existe la expresión “tener que”… o el condicional: “Si ella es buena chica, yo la llevo en palmitas”.
Lo que figura en ese diccionario es mucho más fuerte. “Yo la llevo en palmitas, porque es mi chica, sea lo que sea y haga lo que haga. Y además la llevaré siempre, así se vuelva cleptómana, maniática o sencillamente anciana de 84 años… hasta que se muera”.
Eso es lo que significamos cuando prometemos querernos “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. ¿Qué te creías? ¿Un trámite? ¡Conque contrato burocrático!
Pero ¿todo esto no es un pelín idealista? No creas. En realidad es lo que ha experimentado buena parte de la Humanidad desde el hombre de las cavernas. Quizá esa clase de contratos ha evitado que nos merendáramos unos a otros. Lo cual viene a desmentir que el hombre sea siempre un lobo para el hombre. Tal vez Hobbes era miope.

Etiquetas: ,

Make Money Blogging