HIJOS
Somos hijos
de nuestros padres, hasta que somos hijos de nuestros hijos. Aprender a vivir
es aprender a recibir. Para transmitir la vida, hay que saber recibirla. Nunca
pregunté a mis padres porqué me tuvieron, porqué quisieron recibirme. No
sabrían decirme porqué. Soy superior a su razón. Soy más allá de la razón,
corazón. Siempre sostenido por el corazón, al final, es eso. Soy la intuición
de mi madre, la esperanza de mi padre. No sabían quién sería su hijo. Echar un
boleto a un futuro más grande, donde el cariño roba espacio al tiempo, a las
obligaciones, al dinero. Eso fui yo y lo sigo siendo para ellos. Intuir,
esperar, amar. A tientas buscaban darle compañía al Mundo. Su mundo les
gustaba, pero no les llenaba. Era y es una caja de zapatos grande, llena de
técnica, economía, de datos triturados por un procesador que van del cero al
uno y viceversa. Les faltaba algo. Y cuando llegué yo, se les quedó pequeña
aquella esperanza. Soñaron más, con más valentía aún. Y siguieron haciendo
añicos su razón, metiendo sus planes, su libertad, su dinero en una botella
lanzada al mar inescrutable del futuro improbable de sus otros hijos que no
tardaron en llegar.
Mis padres sabían
que sería más de lo que ellos sabían. Sabían que después de nacer yo, su corazón sería más grande
que su corazón. Y eso para ellos valía la pena. No hay tiempo para transmitir
toda la experiencia de toda una vida durante un número corto de años, hasta que
te vas de casa. Pero sí hay tiempo para sentirse querido y corregido, aceptado.
Para echarte de menos, cuando lo tienes todo, pero todo resta, porque no estás
tú. Cuando yo llegué, estaba más allá de su mundo. Era más grande que los
telediarios, más grande que el Sputnik. Mi corazón latía al lado del de mi padre,
acompasado al de mi madre, mientras JFK sonreía por el televisor. Mi futuro era
su esperanza incierta. Mi libertad era su servidumbre hacia mí. Me encontraba
muy cerca de ellos, pero ellos sabían que algún día estaría más lejos que aquel
JFK que asomaba por la pantalla del televisor. Lejos, pero más dentro de ellos
que nada de lo que haya existido jamás. Se tienen hijos, porque se tiene
esperanza. “El hombre no puede vivir sin esperanza, porque su vida condenada a
la insignificancia, se convierte en insoportable” (Juan Pablo II). Les doy
gracias desde aquí. Lucho para seguir aprendiendo de ellos, para no defraudar
su esperanza.
Etiquetas: antropología, Columnas, pensamiento
<< Inicio