LA BOLA
Por una vez, nos entraba la bola. Nos salió todo. El balón no se nos pega a los pies, está visto, pero sí a las manos. Será porque las manos están más cerca del corazón, y como somos todo pasión y furia, sabemos calentar la bola, mimarla, enamorarla para que se magnetice de la pasión y la furia de la mejor selección española de basket de la historia. ¡Que defensa! ¡Que equipo! En el bar donde vi el partido, decorado con una enorme bandera de España, cuando los nuestros fallaban alguna canasta, decían: les dejamos algo, para que no se depriman. Fue un partidazo. Un Gasol lesionado con vaqueros, hielo en el tobillo y fuego en el corazón. Un Calderón, Reyes, Garbajosa, que levantaban brazos como torres en una defensa ajustadísima por zonas, milimetrada como un reloj, mientras Pepu Hernández, el entrenador, no sabía si volverse para España a llorar la muerte de su padre, o quedarse para llorar de alegría y tristeza en el podio más grande de nuestro basket. Triples que caían como cargas de profundidad en el banquillo griego, haciendo que el enorme armario color chocolate de Sofoklis enterrara los ojos tras la toalla, tratando de ocultar su desesperación. Debajo de la canasta, sólo había un color: el rojo. Les aplastamos en los rebotes, y dominamos la zona del tablero sin piedad.
Etiquetas: periodismo
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