viernes, noviembre 26, 2010

GLOBESIDAD


Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad es la enfermedad más extendida en el planeta: más del 15% de la población mundial tiene sobrepeso, y al menos 400 millones de personas en el mundo son obesas. La obesidad predispone decisivamente a contraer enfermedades cardiovasculares y diabetes, que son con diferencia, la mayor causa de mortalidad en los países desarrollados. En Europa, el 16% de los niños de 11 años y el 12% de las niñas, es obeso. Y la tasa sigue subiendo. Desde 1980, la tasa de obesidad se ha triplicado en algunas partes de los Estados Unidos, Reino Unido, Europa del Este, Asia del Sur y China. En ambientes médicos a esta epidemia se la denomina “Globesidad”. La obesidad es la pandemia del siglo XXI. 

La alimentación humana no está fijada exclusivamente por el ecosistema. Cada cultura tiene su propia gastronomía cargada de símbolos y sentido. Por eso, la aparición de la obesidad a escala planetaria, es el resultado de hábitos y actitudes generados por la cultura capitalista de principios del siglo XXI, una cultura que es masivamente urbana, consumista e industrial, desconectada del lugar de origen de producción de los alimentos. Hace una generación, había un contacto cercano entre consumidores y productores. Actualmente, la carne, los huevos, las hortalizas, están sujetas a la presión por abaratar los costes en la cadena de producción. Un ternero pasa de 35 a 550 kilos en sólo 14 meses, a base de hormonas, piensos de proteínas y cereales, por lo que hay que darles medicamentos para que no enfermen (las vacas están hechas para comer hierba, no cereales ni proteínas). 

Ese mismo sistema productivo, es el que emplea a los consumidores, que son núcleos familiares pequeños que viven en grandes ciudades, donde ambos cónyuges trabajan, y todos comen fuera. Los alimentos frescos, están cargados de pesticidas, de conservantes para aumentar la fecha de caducidad; las carnes y pescados de granja están cargados de hormonas para que crezcan más rápido. En casa se cocina poco, y hay mucho pre-elaborado, cargado de azúcares y grasas polisaturadas. Todo se mide por el coste y el beneficio unitario del productor. Se hace muy poco ejercicio físico. Ni los consumidores ni los productores tienen tiempo para nada. 

Esta lógica capitalista del consumismo industrial, está produciendo legiones de obesos a escala mundial, obesos que colapsarán los sistemas sanitarios, porque su enfermedad disparará los costes de la sanidad y destruirá la capacidad productiva de una población enferma. La búsqueda del beneficio es algo legítimo, pero el Estado y la comunidad no deben olvidar meter en la ecuación los costes y los beneficios sociales de una actividad, tal y como se hizo a lo largo de los 150.000 años que la especie humana existe sobre la tierra. De generación en generación la “cultura tradicional” de la sociedad preindustrial, mantuvo un equilibrio con el entorno social y ecológico, que se interrumpió con la revolución científica e industrial. 

El rechazo al pasado, el orgullo generado por el descubrimiento en occidente del método científico, llevó al desprecio de toda forma de conocimiento que no fuera mera razón instrumental. Ese es el origen de todos los desequilibrios actuales que se reflejan en algo tan simple y básico como la forma que tenemos de comer y de producir alimentos. Convendría adaptar las formas de producción y de vida tradicional a los avances tecnológicos actuales (que no son todos malos, obviamente). Sería una forma de escuchar a nuestros antepasados y de respetar a nuestros generaciones futuras.

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