jueves, septiembre 02, 2010

FORRAR LIBROS




Comienza el curso escolar. Son días de ajetreo para los padres con niños en edad escolar. Encargar los libros. Comprar ropa, calzado escolar, mochilas. Asustarse con el precio que te cobran. Las tardes se estiran como el chicle, mientras se intenta colocar a los hijos con alguien, o tirar a remolque de ellos, rezando para que no se pierdan en la sección de videojuegos de los grandes almacenes. 

Una vez comprada la ropa, hay que probarla y ajustarla al niño o a la niña. Comprar las primeras de las cuatro zapatillas de deporte que tu hijo destrozará durante el curso, convencer a la niña de que esa mochila super-rosa es horrenda, o de que la mochila aquella que parece una televisión encendida no es lo más “in”. Pasado el Rubicón del susto económico, de los ajustes de la ropa y las discusiones sobre que es lo más fashion, queda el remate. Queda recoger los libros que ya encargamos en Julio, porque si no, cero patatero, te quedas sin libros, ¿y como va a empezar tu hijo o tu hija el curso sin libros? A pesar de haberlos encargado con meses de antelación, resulta, que hay algunos que se han “agotado”. Pues a correr de nuevo, a ir de cola en cola, de tienda en tienda, a ver si la dependienta te hace el favor de tu vida. Bueno, ya está. Los libros están en casa. Ahora sólo queda darles los libros al niño y a la niña. ¿Darles los libros? ¡No! Queda el rejón final. Antes hay que forrarlos. Ahí está el marrón. ¿Quién forra los libros? 

Ayer iba por la calle, y me quedé más tranquilo. En Alicante, el asunto está solucionado. Iban dos madres con las bolsas atiborradas de libros escolares. Una le dijo a la otra: “Yo se los llevo a mi madre para que los forre. A mí me pone de los nervios. Además, ya me los forraba cuando yo era pequeña, y aún de mayor….”. ¡Benditas abuelas, que forráis los libros de nietas y nietos, a veces no del todo bien! Os felicito y os pido que no desmayéis en vuestros esfuerzos, aunque tengáis la impresión de que los destinatarios no se lo merecen. No saldréis en las estadísticas del PIB, porque la vuestra no es considerada una “tarea productiva”. Pero, ¡ay!... si fallasen las abuelas. ¿Qué sería de nosotros? 

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