lunes, noviembre 09, 2009

RECUERDOS DEL MURO



Se cumplen veinte años de la caída del Muro de Berlín. Abundan los reportajes que describen aquel acontecimiento. Mis recuerdos acerca del Muro son otros. En el año 1983 mis padres y mis hermanos visitamos en coche Alemania Oriental, la tierra de mi madre, la llamada “DDR”. Para los alemanes, la partición de Alemania nunca ha sido un dato de la historia. Las familias del Este de Alemania no podían salir, cruzar la alambrada. Fue algo muy doloroso. Willy Brandt lloró el día de la unificación, en 1990, y no era un hombre blandengue precisamente. 


La primera impresión que tengo grabada en la retina, es el paso por la frontera. Cruzamos por Baviera. Se veían bastantes soldados americanos de las bases, había torres de comunicaciones y repetidores de televisión abundantes. El control policial en la parte occidental fue muy rápido. Al pasar al otro lado, todo cambió. La Volkspolizei, los “Vopos”, estaban uniformados al estilo ruso, con unas gorras enormes, como si llevaran sobre sus cabezas todo el peso de la Utopía marxista-leninista. Las ventanas de la aduana estaban tintadas de blanco. Los policías, al pasar, abrían las puertas con unas llaves que llevaban atadas al interior de los bolsillos. No te podías bajar del coche. Había letreros con un militar disparando, avisando que dispararían a quien bajara del coche. Tuvimos que esperar dos horas y media, hasta que hicieron las comprobaciones de papeleo y se aseguraron el pago de no se cuantos marcos occidentales al día por la visita. La autopista hacia Leipzig y Merseburg estaba parcheada hasta la extenuación. No la habían renovado desde la época de Hitler. Daba la impresión de ser un país pobre. Al llegar a Merseburg, fuimos a visitar a una tía de mi madre, que se había quedado ciega hacía años. Se quejaba mucho de los aviones Tupolev rusos que volaban muy bajo. Ella sabía lo que era la Guerra Fría: la sentía en el tejado de su casa, una casa muy antigua. Desde que mi madre abandonó aquella ciudad, no había cambiado nada. Todo tenía aspecto de no haber sido arreglado en años, y ocurría así en todos los cascos antiguos de las ciudades. Las afueras de las ciudades eran mas modernas, con hileras de casas prefabricadas, una tras otra, copiadas hasta la extenuación desde Leipzig hasta el último rincón de Rusia. Con la familia no se hablaba de política. Se notaba en el aire el miedo a ser delatado. 


Años mas tarde, cuando vi la película “La vida de los otros” lo entendí perfectamente. No se hablaba de nada que no fueran temas familiares. Las calles estaban llenas de carteles de propaganda, con estatuas de Marx y de Lenin. Era como si la falta de confianza que existía entre los alemanes orientales, se hubiera depositado toda en manos de Marx y de Lenin, que nos vigilaban desde sus innumerables estatuas mientras paseábamos. Las tiendas tenían grandes escaparates con muy pocos productos. Por la noche, recuerdo vivamente la escasísima luz que desprendían las farolas, que daban a las ciudades un aspecto tétrico. Después fuimos a visitar Leipzig, donde vivía una amiga de mi madre. Leipzig era una enorme ciudad industrial donde se había encarnado el ideal comunista: metrópolis, masa, máquina. Para los comunistas, la Utopía Revolucionaria se construía con el ruido de fondo de las máquinas: no había música más hermosa. Pero aquella enorme concentración de industria producía una contaminación espantosa. Trotski, Lenin, Marx eran hombres de papel, castillos de letras, pero Stalin, Honecker, Ceaucescu y demás camaradas eran hombres de acción: habían destripado con el afilado bisturí de la ciencia marxista el mundo real, y había aparecido la criatura real para hacer realidad lo que decía el papel: la máquina, maquinas que escupían acero y armas a granel. Y allí estaba el complejo industrial de Leipzig para confirmarlo. De allí saldría el Hombre Nuevo, liberado. Era el primer paso, imparable, para solucionar de una vez por todas el problema del Mundo. 


Llegamos por la tarde a casa de la amiga de mi madre. Me presentó a su hijo Mathias, que era un adolescente como yo. En las casas de Leipzig, todo el mundo tenía televisión: llegaban todos los canales de Alemania Occidental, llenos de películas americanas y anuncios de coches decorados con mujeres. Era como asomarse a un pozo lleno de luz kitsch, mientras que la habitación, la calle, y el mundo real era en blanco y negro. Los Alemanes Orientales creían que aquello que escupían los anuncios de nuestras cadenas de televisión era real, era verdad. Que lo teníamos todo a nuestro alcance. Por la noche después de cenar, me fui con Mathias a dar una vuelta por las calles de Leipzig: quería enseñarme su instituto, que tenía el nombre de un pintor comunista asesinado por los nazis. Nos tropezamos con dos soldados rusos de ojos pequeños y blandos como olivas podridas, borrachos como cubas, con una botella de vodka entre las manos. Mathias hablaba bien ruso: en toda Europa del Este era el idioma extranjero obligatorio que había que estudiar durante todo el período de educación. Se rieron de nosotros, y Mathias no me quiso traducir lo que habían dicho. Demasiado peligroso. 


Mathias era un buen chaval. Nos mandamos algunas cartas. Siguió estudiando y acabó Ingeniería. El muro cayó. Después de terminar la carrera no encontró trabajo en su tierra, y se marchó a Alemania Occidental. Allí encontró el paraíso de las libertades. En la empresa lo exprimían como un limón: trabajaba en una multinacional eléctrica, donde se marcaban objetivos diarios, mensuales y anuales, once horas al día, bajo mucha presión. Y el que no le gustaba, a la calle. Trabajar, trabajar, para subir y cuidado con caer. Vino a visitarnos a España un verano. Un par de años mas tarde, su cerebro se rompió: le dio un brote de esquizofrenia, y volvió con su madre. Murió el año pasado. No pudo superar el shock de los dos paraísos. El paraíso comunista era falso, construido sobre la mentira. Y el paraíso capitalista que el había imaginado en sus sueños televisivos, era otra mentira. Vivía solo en una ciudad donde únicamente podía trabajar. No logró integrarse, siempre trabajaba con miedo a ser despedido. El mundo occidental, era un mundo en movimiento, borroso, sin tiempo para nadie, con un regusto nihilista a cenizas frías. El paraíso socialista aspiraba a dirigir las conciencias. El capitalista no sabía que era eso de la conciencia. Esa pregunta no interesa aquí, vuelva usted mañana, y mientras tanto consuma y sonría como un imbécil. Son muchos como Mathias que no lo pudieron superar. Querido Mathias: espero que hayas cruzado el muro definitivo, y que te hayas saciado con esa verdad que siempre has merecido. Saludos desde el otro lado del Muro.

[Forum Libertas]

[Diario Informacion 10/11/09]

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8 comentarios:

Blogger Joaquín ha dicho...

Excepcional testimonio, Claudio.

8:23 a. m., noviembre 09, 2009  
Blogger Marta Salazar ha dicho...

te voy a poner un link :)

8:31 a. m., noviembre 09, 2009  
Anonymous Sascha ha dicho...

excepcional, como dijo Joaquín...buenísimo...mejor que todo lo que he leído en todos los peridicos sobre el tema!

12:07 p. m., noviembre 09, 2009  
Blogger Claudio ha dicho...

Gracias por los comentarios.

Me acuerdo mucho de Mathias, y rezo por él. Se que su vida no es un escombro de la historia.Ni la de tantos. Se que algunos criticarán mi falta de apoyo al 100% a Occidente. Sorry. El capitalismo no es mi utopía.

1:28 p. m., noviembre 09, 2009  
Blogger Joaquín ha dicho...

Hecho, te he linkado.

10:49 p. m., noviembre 09, 2009  
Blogger Morgenrot ha dicho...

Me preguntaba durante la celebración de la caída del muro, si los espectadores de todo el mundo tenían la más remota idea del sufrimiento que causó todo el sistema comunista al pueblo alemán y a otros muchos.

Humillante indefensión con el miedo por bandera.

El pasado está en éllos, el presente..., también.

Mil gracias por hacernos saber un poco de verdad, Claudio.

Con amor hacia Alemania.

8:15 p. m., noviembre 10, 2009  
Blogger Carina Escaparina ha dicho...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

12:25 a. m., noviembre 11, 2009  
Anonymous rafa mtz ha dicho...

Fenomenal testimonio.
Gracias.
Rafa Mtz.

11:37 p. m., noviembre 15, 2009  

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