martes, noviembre 07, 2006

LA PERSIANA

jalousine

La luz se adueña insolentemente del dormitorio mientras la persiana automática se estremece al subir. Al final, se queda colgado mi pensamiento en una frase de mi hijo que habla con su madre al otro lado de la casa, en la cocina. El niño tiene 4 años. La pregunta, que ya lleva en cierta manera inoculada la respuesta, me hace sonreír, me llena mi soledad y me acuna en lo más hondo el dolor del mundo, la desesperanza que como una enredadera se va apoderando a veces de mi ser, porque los años pesan. La acera de la actualidad siempre está llena de sangre, y los horizontes cercanos me angustian. Ya no somos lobos ni hermanos para los otros hombres. Somos inmigrantes, extranjeros de nuestro cuerpo y del ajeno. Necesitamos esas preguntas inocentes, las de un niño, que es mío sin serlo, que es de su madre y por eso nuestro. Necesito que un pequeño milagro me necesite, se sienta querido entre estas cuatro paredes, se sienta feliz cuando a su madre se le resbala una sonrisa del alma al tocar con mis labios su mejilla.

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