martes, enero 03, 2006

LA MUERTE

Acompaño a Oreste a ver a su abuela Isabel a la residencia de la tercera edad. Isabel es una mujer de 93 años, con una cara ancha. La habitación es pequeña, con una televisión que rompe el silencio de la estancia. Las paredes están llenas de fotos de nietos, hijas, sobrinos, poemas hechos carne donde se parapeta su vida. Se alegra de nuestra visita. Oreste le pregunta como está, y ella responde con una alegría cargada de dolor, de ausencias, de memoria. Algunos de esos familiares, que es lo único que le queda, porque ya los amigos murieron todos, no vienen a verla. Menos mal que el balance de todos ellos es todavía positivo y le permite no romper el pacto con el resto de los hombres. Ella, que tiene tan asumida la transitoriedad de su estancia, no entiende como los demás viajeros convocados a la vida por ella misma, hace ya tantos años, colgados con ilusión en la pared de su celda como carteles de toreros en la plaza de las ventas de su mundo, esos, que tomaron la alternativa gracias a sus trabajos, su esfuerzo, su fortaleza, no se asomen al más allá de sus vidas, yéndola a ver de vez en cuando. Sus ojos alegres forjados por el dolor, lo saben, y por eso les perdona. No van a verla, porque tienen miedo de ver el límite. Hay que tener mucho valor para venir a ver a Isabel. Por eso Oreste vino conmigo, y los dos nos apoyamos con preguntas cruzadas, porque no sabemos qué decirle a Isabel, que con su calma nos cuenta lo que somos nosotros, lo que es la rutina de nuestra vida que se acerca a la muerte, como una hoja de otoño a punto de caer en la eternidad. Isabel, una sencilla limpiadora, me agobia. Su límite está demasiado cerca del mío, y me dice “así, se pasó la vida”, confiada, mientras mira de reojo un crucifijo, al que se agarró tantas veces mientras le cobraban el peaje de su existencia con un dolor extremo, que ahora, le da una enorme paz que a nosotros nos tritura, nos hace sentirnos zafios, ignorantes, cuando, tras cada palabra suave, cierra esos labios amables, afilados, a medias entre la brizna de hierba y el acero. No podemos imaginar como será la otra vida, si la hay, porque ningún necio puede afirmar lo que no ha visto, pero, aquella calma de Isabel ¿de donde le viene? Publicado en Diario Informacion

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1 comentarios:

Blogger Marta Salazar ha dicho...

muy impresionante Claudio, muchas gracias!

9:13 a. m., octubre 06, 2007  

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