domingo, diciembre 25, 2005

NOCHE DE PAZ

Un tío abuelo mío, que estuvo en la batalla de Verdún en la Primera Guerra Mundial, superviviente milagroso de la masacre que le valió la más alta condecoración militar, la Cruz de Hierro, le contó a mi madre que en la nochebuena de 1914, los soldados comenzaron a cantar villancicos en uno y otro bando, y se produjo un alto el fuego. Esa historia forma parte de la mitología de mi infancia, pero, contra todo pronóstico he podido comprobar más adelante que era una historia cierta.

La batalla en el frente fue un espejo cegador para mi tío abuelo, un maestro de primaria, embutido en una cultura alemana, que creía que había llegado el momento histórico de su verdad, de su afirmación en el medio de la nada que le había tocado vivir en Europa. Desde aquella guerra todo lo vió borroso, sin contornos. La única luz que surgía de aquella guerra era la de la tregua de la nochebuena de 1914. Como decíamos, ambos bandos empezaron a cantar sus villancicos, pero llegado el momento, los Fritz alemanes empezaron a tocar la canción de Noche de Paz con sus guitarras y flautas, y los Tommy ingleses a cantarla, formando un coro que se saltó el muro de las trincheras. Minutos más tarde ambos bandos pidieron un alto el fuego, salieron de las trincheras, intercambiaron cigarrillos y se contaron chistes en la tierra de nadie del frente mientras bebían whisky y schnaps.

Ese villancico fue el que abrió la puerta de ese milagroso alto el fuego, porque Noche de Paz es una canción mágica. Noche de paz es “el villancico” de nuestro planeta, conocido en todos los rincones de nuestro orbe, traducido a más de… ¡300 idiomas y dialectos!, es una prueba evidente de que la humanidad no está tan dividida como parece, sino que es posible superar todas las barreras culturales provocadas por la inserción en una estructura socioeconómica determinada. Noche de Paz fue cantado por primera vez el 24 de Diciembre de 1818 por el coro de la parroquia de María, del pequeño pueblo austriaco de Oberndorf. Dicen que la causa fue que el órgano de la Iglesia estaba roto, y que el párroco, un tal Joseph Mohr, se vio obligado a inventar algo para suplir al órgano.

Mohr era hijo ilegítimo de un soldado desertor del ejército austriaco que abandonó a su madre, una tejedora pobre que empobreció aún más cuando la abandonaron a su suerte con el niño. Como no podía criarlo, lo entregó a la tutela del director del coro de la catedral de Salzburgo, donde aprendió música y se hizo cura. El caso es que Mohr escribió el texto y le pidió a su amigo Franz Gruber, un maestro de primaria que era también el organista de la iglesia con el que compartía su pasión por la música, que escribiera la música, y ahí empezó todo. El texto habla de una madre, de un niño, de pastores, todos pobres como J. Mohr, que era y murió pobre. F. Gruber era un maestro amante de la música, ese lenguaje que derriba las banderas y los muros. El mensaje que nos mandan desde el pasado, es que los milagros no son imposibles para hombres sencillos y sin poder ninguno, que viven escondidos en algún trastero al que nadie prestará nunca atención en los manuales de historia.

Las guerras, tienen un resultado incierto, y el triunfo de un bando siempre se paga con la sangre de los dos. En las guerras los moribundos siempre gritan buscando a su madre, como cuando eran niños, y no es por casualidad que la canción que habla del regalo de un niño en un pesebre, fuera la que lograra traspasar el odio de una guerra y la incomprensión de nuestras islas culturales. Publicado en Diario Informacion

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