REVOLUCION DESDE EL SILLON
El fin de semana se anuncia agradable. Vamos a ver a un amigo mío, Juan, que vive más al sur. Su casa es un chalet amplio, rodeado por limoneros perennes. La casa emerge, vestida de blanco nupcial sobre la arcilla roja. Se la descubre, después de atravesar un camino asfaltado apretujado entre una muralla de cipreses, que no se si creen en Dios, pero hacen presentir que sí. Mientras los niños inundan el jardín con sus caóticos juegos y grititos, me siento en el portal. Las moscas se balancean en el aire, contentas, sin molestar, mientras el sol deja lentamente de respirar.
En ese momento llega Czsa, una búlgara que trabaja en casa de Juan. Tiene la cara triste. Cuida a la abuela de Juan por las noches, y cuando vuelve intenta descansar algo, pero no logra conciliar sus sueños, porque sus sueños están lejos, en Pleven, Bulgaria. Aparenta unos 60 años. Es ágil, unas manos blancas y lisas, que no paran de moverse. Ella no ha servido nunca, y sobrelleva dignamente un destino que se pelea constantemente con la certeza pasada de su biografía. Habla español entrecortado. Arranca a hablar y se para repetidamente, como uno de esos coches de tercera mano comprados por los magrebíes del pueblo.
Al día siguiente, sobre las diez, llega María, una rumana que habla bien español. Tiene cinco hijos, un regalo de la política natalista de Ceaucescu, que obligaba a engendrar muchos hijos, con controles ginecológicos obligatorios y regulares para comprobar embarazos. Sus ojos se apartan cuando la miras de frente, llenos de miedo, peleando por salir de su rostro y liberarse de la carga de una vida, una vida que no fue ni es vida, pero que ella no logra diferenciar, porque para ella, toda su existencia ha sido “eso”. Escapó de un marido que hacía espeleología buscando su alma en el fondo de una botella y se desahogaba a golpes con el rostro frágil de María. Desde entonces, siempre ha huido. Está a punto de recibir “los papeles”, esa palabra que para ella corta el aire como una hoja de afeitar. Los papeles, son para María las alas blancas de la libertad. Los papeles exorcizan su pasado. María huye, pero en el fondo huye de esa provincia de su marido que era ella. Ese hombre, que la maltrataba era su presente y sigue siendo su futuro absoluto. Ese hombre, se reproduce en sus hijos, que la persiguen y denuncian para que les dé dinero, aquello que no tienen, pero que no les falta, porque lo que les falta es el ancla de un mundo, el lugar único e imprescindible, el sitio desde el cual se puede alumbrar una vida digna, que es el respeto y el amor de quien te engendró. Mientras pienso estas cosas, se sienta a comer con nosotros, y se queja de los tomates. En su pueblo, dice, los tomates están buenísimos, no como aquí, que saben a plástico. Juan, le dice que cuando Rumanía sea miembro de la UE, los tomates sabrán igual que aquí, a delicioso plástico de invernadero recolectado por subsaharianos.
Etiquetas: pensamiento