martes, marzo 01, 2005

INSOMNIO

A veces la noche se agita en la conciencia, y no nos deja dormir. Paseo por las calles. Me acerco al pozo de un 24 horas para comprar agua, solemnemente atrapada en plexiglás. Me atiende un chico con cara de intelectual inacabado. Le pregunto “¿Cuánto es?” Sin responderme, lee el código de barras de mi insomne conciencia armado con su pistola láser. Con un breve e intenso manantial de palabras, me describe el tipo de personajes-peces que vienen a visitar la soledad nocturna de su acuario perpetuo. Sigo adelante y me topo con una hamburguesería. En la puerta hay una vigilante que no cabe en su uniforme. Al entrar, a mi derecha un chaval escucha atento mientras deja hablar a su musa, de grandes ojos azules, algo agotados, que intentan desahogarse de algún gesto contrariado que les ha hecho el destino. Enfrente mía, una pareja jovencísima habla en susurros. Ella viste una casaca roja. Lleva el pelo recogido con una goma, científicamente desordenado. No lleva pendientes, ni falta que le hacen. Mira con una mirada intensísima, camuflada con ironía al chico, que le responde con una breve risa sarpullida de dientes blancos. Parece que dice “no te lo digo todo ahora, no te voy a encontrar del todo esta noche, de pie en la hamburguesería, tenemos tiempo”. Para ellos, nuestro mundo es suyo, la eternidad es bella, porque siempre irá detrás de ella, siempre se sentirá sorprendido. Soy yo quien está allí bebiendo de su felicidad, engañando al tiempo que se enclaustra dentro de mí esas noches donde las calles te hablan y te dejan a la intemperie de la conciencia. Allí están ellos, sobre el sarcófago de la Modernidad, retando a la infelicidad. Albert Camus, en el discurso del Nobel, habló sobre la obligación que tenía su generación no de cambiar el mundo, sino de protegerlo de su propia destrucción. Era la primera generación que no debía hacer la revolución, sino guardar, cuidar al mundo. La única novedad que nos salva de la destrucción es la apertura hacia los otros, esa sorpresa, esa inclasificable calidad de los amantes, que han logrado esta noche que la hamburguesería haya atrapado para sí más belleza que la mejor colección Thyssen que haya existido jamás.

Salgo a la calle animado, reconciliado con el mundo. Las farolas minimalistas, rectas, como lanzas descabezadas, dejan un rastro de motas de luz fría. Por las bocacalles llega el viento, ese verso suelto que ha dejado escapar el mar. Las calles chirrían de vez en cuando. Por sus bocas asoman los camiones armados con brazos robotizados, que engullen contenedores de basura sin fin, como si la calma tensa de la madrugada no se hubiera hecho para ellos. Por encima de los edificios se adivina un cielo por el que se desparrama una insolente media luna. Me pongo los cascos, y en la radio suena una música. Todo un mundo de oscuros recuerdos me canta dentro del corazón. Me atraviesan como puñales y me dejan en un estado casi flotador, medio dormido, con una nostalgia infinita, sin saber porqué. No recuerdo al autor de la música. ¿De donde viene? Es como si viniera de quince o veinte veranos más allá. Blancos asfaltos, persianas verdes enroscadas a mano, la abuela que nos prepara la leche fría con canela. Vida de coche lento, paseos por los arrabales de una ciudad en miniatura…Pero también, esa musiquilla viene desde muy cerca, cuando el insomnio se atraganta en los desagües del alma. Viene, desde las últimas ilusiones, desde las madrugadas donde gallea el corazón y los ojos le ponen letra a la realidad penosa mientras canturrea la canción que cree oír y nadie canta. ¿Por qué, porqué tuviste que venir a mí, musiquilla imprevista? ¿Para darme tristeza?

Vuelvo sobre mis pasos. Las ventanas están encendidas. Dentro, parpadean los televisores. Las madres, preparan las mochilas de sus hijos. Hay otros mundos, pero están en esas ventanas. ¿Qué pasará allí dentro, donde se decide el destino de la felicidad humana? Esa musiquilla, que me hace débil, me labró la retina, con la que he logrado, al cabo de los años ser medio intérprete de esa música del corazón que se toca tras las ventanas. Quizás no fuera la música, sino los detalles de un latifundio de cariño envuelto en el celofán de unas notas de músiquilla-no-se-qué, que me ha robado unas horas de sueño, que no me hacían falta para nada, los que verdaderamente me han hecho recordar quien soy en verdad. Soy alguien revuelto que se mira en el espejo de la felicidad ajena, porque la felicidad ajena me hizo a mí. La felicidad de los otros, ese contenedor de acero, donde se halla toda la verdad, donde está la clave del universo, de la totalidad de lo real. ¿Por qué, porqué tuviste que venir a mí, musiquilla imprevista? Me vienes de fuera, de la felicidad del otro, me vienes. Me pones triste. Me alegras. Me dejas desecho y contento. Por fin, puedo irme a dormir.

Publicado en www.diarioinformacion.com el 28/02/2005

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Descubro tu blog gracias a tu comentario en el de wolffo, me sorprende comprobar que llevas mucho tiempo sin escribir. Me ha gustado tu post y tu estilo de escritura.
Recibe un fuerte abrazo desde mi humilde convento.

10:12 a. m., mayo 17, 2005  

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