miércoles, marzo 30, 2016

EXILIADO



Desde niño Granada siempre ha herido mi memoria.  Mi madre, me amamantó la nostalgia, haciéndonos volver una y otra vez con ella a abrevar su cántaro vital a las faldas de la Alhambra, leyéndonos a Washington Irving, señalando con el dedo el lugar donde Boabdil lloró para siempre. 

Cuando vuelvo, siempre es demasiado corto. Para qué ir. Volver, y al instante se descerraja la nunca cicatrizada herida  que nunca se cerró. Te acostumbras a sobrevivir para  vivir, a no contemplar la belleza. Pero cuando reabres el pozo donde están encerradas las mejores lunas de tu infancia, vives y lloras. 

A uno le van ya adelantando los años, pero la memoria sigue apagando la sed en los mismos manantiales. Sin querer. Y sin saber. Es la vida. Lo que está, desde siempre, ya no se va. Y este año hemos vuelto. A Granada. A ver procesiones. 

Y yo que conozco la ciudad, que recorto los restos de mi siglo de Generación-X con una Sierra Nevada al fondo, no sé nada de procesiones granaínas. Pues mejor. Se me escapa ese afluente de las procesiones, y cuanto más afluentes, más grande es al final el río que desemboca en el manantial del que respirar después. Que luego, el año se pone cuestarriba. Y la ausencia duele.

Y nos lanzamos por las calles. Peleando con el GPS del corazón, mientras suenan los tambores, mientras lloran los zapatos y las ruedas de los coches por la cera derramada. Váyase a la Calle San Matías, me dice el del hotel. Arriba, arriba. Y para allá que vamos. Espera que te espera, parpadean los móviles. 

Se empiezan a apagar las luces. Lejos, lejos se oye el latido suave de un par de tambores. Shhhh que ya viene. Las farolas, que se marchitan. Y los balcones. Y los bares. Y los móviles. Todo calla. 

Y se arranca una garganta casi rota, mientras les digo a mis hijos, mira allí, en el balcón. Y la saeta fluye mientras aparece un Cristo que empapa con su sangre una alfombra de claveles rojos. Un Cristo macilento, del color de la muerte, que baja a plomo desde el cielo estrellado mientras le atraviesan los flashes de una noche, que ya nunca olvidaré. 

Un Cristo sin su madre. Que noche tan dura, la más dura. Y lloro como un hombre por ese Hombre. Vale la pena, dejar de volver para llegar y quedarse a esta ciudad, de donde ya no me iré. Dejo la tinta de estas letras, como una reliquia de mi cuerpo que ya vaga por donde solía, mientras mi alma se queda clavada esperando que la Virgen de las Angustias me abra de una vez esos ojos entornados y tristes, para que pueda volver de una vez para siempre.



lunes, marzo 21, 2016

MUJER, CRISTIANISMO, IGUALDAD



La jerarquía de la Iglesia está formada por hombres. Los protagonistas de los Evangelios, son hombres. Jesús se dirige a Dios como su Padre. Por tanto, la Iglesia, es una estructura patriarcal al servicio de la clase dominante, que construyó una superestructura ideológica (el cristianismo) para engañar, reprimir y dominar a la mujer. Pero esos protagonistas de los Evangelios, los Apóstoles, eran un desastre y quedan fatal. De buenas personas nada: trepas que se pelean por ver quien va a ser el primero. De inteligencia no andan sobrados, porque el Rabbí Jesús les explica una y otra vez las mismas cosas, y siguen sin pillarlo. Violentos: quieren reducir a ceniza un pueblo de Samaria al que son enviados y no les hacen caso. Y ladrones: Mateo recaudaba para el invasor romano y se quedaba parte (la mordida) y Judas metía la mano en la bolsa del dinero. En resumen: unos hombres violentos, egoístas, ladrones y con pocas luces. Eran un desastre, aunque tenían una virtud clave: todos eran sinceros y sin doblez, excepto Judas.

Si nos fijamos en las mujeres que aparecen en los Evangelios, la cosa cambia. Cuando le presentan la mujer adúltera, Jesús escribe en el suelo los más ocultos pensamientos de aquellos hombres que abandonan el lugar llenos de vergüenza. Y la mujer que ha sido llevada allí para avergonzarla mientras es lapidada en la plaza pública, queda sola delante del único que puede tirarle una piedra, porque es el único que no tiene pecado, Jesús. Todos eran pecadores, pero a quien salva Jesús no es a los que la traen, no es al adúltero que no han traído para lapidar. Salva a la mujer, le devuelve su dignidad.

Cuando todo se hunde y crucifican a Jesús, sólo le acompañan un puñado de mujeres en el Calvario. Todos aquellos protagonistas hombres, los Apóstoles, le han traicionado, excepto Juan, un chico adolescente que está al pie de la Cruz porque quizás ha sido acogido lleno de miedo por la madre de Jesús. El Rabbí Jesús se pasa tres años predicando en Galilea y Judea, moviéndose sin parar de un sitio para otro, mientras le buscan para matarle las élites políticas y religiosas, subiendo a pie hasta el Líbano, huyendo hasta Jordania, cayendo rendido de sueño en la barca cuando cruza el Mar de Galilea. Y cuando ya no puede absolutamente más, va a descansar al sitio donde está a gusto de verdad: a Betania, cerca de Jerusalén, a casa de Marta, María y Lázaro. Sin aquella ayuda, sin aquella atención de Marta y María, el Maestro no habría podido seguir, porque siempre iba al límite de su capacidad humana. Llora al morir Lázaro, al ver destrozadas a Marta y María. Llora al ver a aquella madre viuda que acaba de perder a su hijo. Cura a la mujer del flujo de sangre, cura a la hija de Jairo, cura al hijo de aquella mujer extranjera. Tiene una paciencia infinita, y al final convence a aquella samaritana del pozo de Sicar en Samaria.  Jesús, se desvive por las mujeres y necesita su cercanía.

Cuando Jesús resucita, el primer testigo es María Magdalena, una mujer, que va corriendo a ver a los discípulos, escondidos y llenos de miedo. Y no la creen, porque según las leyes judías y romanas, el testimonio de una mujer no tenía ninguna validez en un juicio. Pero el Rabbí se aparece primero a una mujer. Y no sólo esto: al morir el Maestro, todos huyen y se esconden. Y quien reúne y anima a todos ellos, es la madre de Jesús, María. María, es llamada con razón Madre de la Iglesia. En la teología cristiana, es la persona con más alta graduación. De hecho, destroza el Project Management de toda la Trinidad cuando, estando en las bodas de Caná, le sugiere a su Hijo que arregle lo del vino. Y su Hijo, se resiste. Normal: su plan era perfecto. Pero contra una Madre, no puede resistirse, y cambia todo el plan de la Redención… adelantándolo. Por tanto, María, es la que gestiona las peticiones de los hombres, la que está pendiente de la casa, del lugar que habitan, del lugar donde se descansan, duermen, se curan los hombres. Allí, en el Cielo, en la Gran Betania, Ella, es la que corta el bacalao. ¿Hay alguien más feminista que Jesucristo? ¿Alguien que cree a una criatura-mujer-madre, y que se deleite en obedecer sus peticiones? Ahh... ¡gran misterio!


En la liturgia de la Misa, en la oración más antigua que es el Canon Romano (siglo IV), se reza a siete santos romanos, y …a siete santas romanas.  La paridad ya estaba inventada en la Iglesia Romana desde el principio. Porque sin mujeres, no existiría el cristianismo, ni la Iglesia, ni nada. Muchas injusticias se han cometido, pero ni la desigualdad ni el machismo tienen nada que ver con la religión cristiana. Quizá hagan falta más teólogas, que muestren lo evidente. 


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