miércoles, diciembre 07, 2005

IDENTIDAD

En el museo histórico del ejército de Viena se encuentra expuesta la casaca del archiduque Francisco Fernando, con las manchas de sangre, el desgarrón en la manga y a la izquierda del pecho. La casaca es la reliquia que nos recuerda a todos el pistoletazo de salida de nuestro sangriento siglo XX en busca de su identidad. Cada identidad está construida sobre intercambios y sustracciones de identidades. Cada nación es hija de un regimiento. Durante muchos siglos, el incremento absoluto de las poblaciones, era insignificante. Pero, desde que el intercambio tiene un carácter exponencial, las reglas del juego se han transformado. No obstante, entre 1810 y 1920 llegaron a Estados Unidos 34 millones de personas provenientes de Europa, tal y como nos recuerda Enzensberger en `La gran migración´. Si las transacciones se realizan entre países de cultura occidental, no lo consideramos una amenaza para nosotros, aunque nos invadan con comida y contratos basura. El problema, el miedo, aparece cuando la invasión de pateras viene de ese continente que Leopoldo II de Bélgica denominó como «magnífico pastel africano» en la infame Conferencia de Berlín de 1885. La casa, la patria, la ciudad, son el lugar de nuestro origen, que configuran nuestra identidad. Siempre hay una puerta, un límite entre lo forastero y nuestra intimidad. Cuando ese límite se disuelve, el lugar es de todos, no existen ausencias, porque nadie deja huella en una gran superficie comercial o un enorme hospital. Un lugar público, no es nuestro, porque se usa para algo, no se tiene. Como dice Manuel Altolaguirre: la puerta de la casa / de donde salí llorando / me llegaba a la cintura. La salida de nuestra identidad, nos impide andar, nos inunda. Si en la ciudad, la patria o la casa, se valora sólo a los demás por los ingresos, los resultados económicos, por la utilidad que aportan, se vive en una totalidad generalizante que desemboca en el desarraigo. La plaga de pateras que cubre nuestro horizonte como si fuera una nube de langostas, pone en cuestión nuestra identidad, construida sobre las expectativas del comercio, del utilitarismo y el desarraigo. Preferimos mirar a otro lado, mientras el cadáver del subsahariano es arrastrado por la suave espina dorsal de una ola que se disuelve con la misma rapidez que nuestra conciencia. Publicado en Diario de Ibiza

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