miércoles, diciembre 07, 2005

GUARDIAS

Cuando la cosecha está madura, comienza el agosto de las cajas sonámbulas en nuestra piel de toro. El verano rompe aguas y alumbra barras de bar que hacen caja usando como palanca camareras eslavas, rubias, altas y delgadas como faros, que sirven cubatas en las pasarelas de los pubs llenos de urbanitas que ya calzan un treinta y tantos en sus venas, por las que navegan fuertes marejadas de alcohol. Mientras toda nuestra bulimia espiritual se expande por la madrugada, hay una especie de hombres y mujeres plantados como árboles verdes: los guardias jurados. La noche se convierte en el pergamino donde las miradas de los guardias jurados escriben la historia de la abulia noctámbula de mi generación. La generación que vio la luz con el Estado del Bienestar, convulsiona sus caderas al ritmo rápido de las copas. Es preciso divertirse velozmente, en un tiempo donde la juventud, futuro en estado puro, no puede lanzar la flecha intransferible de su vida hacia el tiralíneas de una progresión profesional y familiar decente, porque los contratos de trabajo no cuajan en el horizonte de un "empleo estable". Todo se disuelve en la privatización. Se externaliza la seguridad, las telefonistas, las secretarias, los camioneros, la maternidad. Los poetas escriben, pero ya no cantan, porque Internet se lanza al abordaje sobre los colores de las palabras que son la música. Todos trabajamos en una empresa que ha sido externalizada por otra, unas dentro de otras. Las ideas se copian y pegan, se trasladan desde un sitio de la enorme Sábana Santa del Mercado a otro, que por supuesto es China. Se nos hace correr de empleo en empleo mientras una pareja de guardias jurados plantados a nuestra vera controla si llevamos el código de barras bien adosado en nuestra frente. Los policías nacionales y los guardias civiles, ya no existen, porque se deprimen más, piden la baja, y se hacen los remolones con el rollo ese de hacer turnos que dan más vueltas que las agujas de un reloj. ¿Quién puede soportar eso, si tu parienta trabaja de 9 a 8 de la tarde? El pobre Antonio, un bracero vestido de verde que se gana las lentejas guardando la puerta de la discoteca con más decibelios de la galaxia, tiene una niña y una mujer esperándole en algún punto nebuloso de la memoria. Cuando salga de guardia, ella se habrá ido a trabajar y su hija crecerá entre notas pegadas en el frigorífico. Viva la democracia social.

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