miércoles, diciembre 07, 2005

FRAGMENTOS

Existen muchas clases de casi cualquier cosa. Nuestras enciclopedias y almacenes clasifican todo en miles de referencias. Todo es divisible y clasificable. Se clasifica y trocea, se agrupa y se rompen los puentes del Todo para llegar a unas partes que podamos comprender. Pero si las partes dejan de sonar en el todo de la música de nuestra realidad, se fragmenta nuestro mundo, y no queda nada. Como decía Pitágoras, la armonía es la música que une las partes con el todo. La representación del mundo que hace la televisión, es un collage de anuncios donde cada treinta segundos cambia el registro del fragmento necesario para obtener la felicidad. La guerra de fragmentos de consumo es brutal, y el paraíso se logra comprando una minipimer, un coche o un cepillo de dientes que te lleva al limbo de la blancura que más liga en el barrio de las sonrisas profidén. Nuestros sentidos intentan agrupar todo ese naufragio de fragmentos en una unidad que le de sentido. Nuestro interior nos arrastra hacia el horizonte donde se juntan los fragmentos y el todo en perfecta armonía. Mi hija Patricia me atosiga con una pregunta y me veo obligado a hacer un aterrizaje de emergencia sobre su imperfecta e incisiva prosa. Ella no sabe que su padre navega por los valles quebrados del cosmos. Sus ojos vivos están enfadados, porque no he atendido inmediatamente su necesidad. Su vocecita logra recordarme un montón de cosas pequeñas que he de hacer, una lista de fragmentos que me empujan lejos de ese horizonte llamado felicidad. Ordeno y ejecuto algunos fragmentos. Los niños siguen importunando, y se alarga mi diálogo con la fragmentada realidad del presente absoluto que son los hijos. Al final del día hago balance, y logro intuir que la imposición desordenada de órdenes infantiles y familiares sobre mi asediada burbuja egótica, me ha obligado a enhebrar endecasílabos casi al azar, cabalgando al galope mientras atravesaba el viento de las palabras. Sorprendentemente, la sinfonía de los fragmentos, suena bastante bien y me arrastra con sus balas trazadoras hacia los demás, obligándome a descubrir las necesidades y realidades pegadas a la mía. El viaje ha merecido la pena. Casi logro romper la cárcel de mi burbuja. Otro día será. Publicado en Diario de Ibiza

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