domingo, diciembre 25, 2005

NOCHE DE PAZ

Un tío abuelo mío, que estuvo en la batalla de Verdún en la Primera Guerra Mundial, superviviente milagroso de la masacre que le valió la más alta condecoración militar, la Cruz de Hierro, le contó a mi madre que en la nochebuena de 1914, los soldados comenzaron a cantar villancicos en uno y otro bando, y se produjo un alto el fuego. Esa historia forma parte de la mitología de mi infancia, pero, contra todo pronóstico he podido comprobar más adelante que era una historia cierta.

La batalla en el frente fue un espejo cegador para mi tío abuelo, un maestro de primaria, embutido en una cultura alemana, que creía que había llegado el momento histórico de su verdad, de su afirmación en el medio de la nada que le había tocado vivir en Europa. Desde aquella guerra todo lo vió borroso, sin contornos. La única luz que surgía de aquella guerra era la de la tregua de la nochebuena de 1914. Como decíamos, ambos bandos empezaron a cantar sus villancicos, pero llegado el momento, los Fritz alemanes empezaron a tocar la canción de Noche de Paz con sus guitarras y flautas, y los Tommy ingleses a cantarla, formando un coro que se saltó el muro de las trincheras. Minutos más tarde ambos bandos pidieron un alto el fuego, salieron de las trincheras, intercambiaron cigarrillos y se contaron chistes en la tierra de nadie del frente mientras bebían whisky y schnaps.

Ese villancico fue el que abrió la puerta de ese milagroso alto el fuego, porque Noche de Paz es una canción mágica. Noche de paz es “el villancico” de nuestro planeta, conocido en todos los rincones de nuestro orbe, traducido a más de… ¡300 idiomas y dialectos!, es una prueba evidente de que la humanidad no está tan dividida como parece, sino que es posible superar todas las barreras culturales provocadas por la inserción en una estructura socioeconómica determinada. Noche de Paz fue cantado por primera vez el 24 de Diciembre de 1818 por el coro de la parroquia de María, del pequeño pueblo austriaco de Oberndorf. Dicen que la causa fue que el órgano de la Iglesia estaba roto, y que el párroco, un tal Joseph Mohr, se vio obligado a inventar algo para suplir al órgano.

Mohr era hijo ilegítimo de un soldado desertor del ejército austriaco que abandonó a su madre, una tejedora pobre que empobreció aún más cuando la abandonaron a su suerte con el niño. Como no podía criarlo, lo entregó a la tutela del director del coro de la catedral de Salzburgo, donde aprendió música y se hizo cura. El caso es que Mohr escribió el texto y le pidió a su amigo Franz Gruber, un maestro de primaria que era también el organista de la iglesia con el que compartía su pasión por la música, que escribiera la música, y ahí empezó todo. El texto habla de una madre, de un niño, de pastores, todos pobres como J. Mohr, que era y murió pobre. F. Gruber era un maestro amante de la música, ese lenguaje que derriba las banderas y los muros. El mensaje que nos mandan desde el pasado, es que los milagros no son imposibles para hombres sencillos y sin poder ninguno, que viven escondidos en algún trastero al que nadie prestará nunca atención en los manuales de historia.

Las guerras, tienen un resultado incierto, y el triunfo de un bando siempre se paga con la sangre de los dos. En las guerras los moribundos siempre gritan buscando a su madre, como cuando eran niños, y no es por casualidad que la canción que habla del regalo de un niño en un pesebre, fuera la que lograra traspasar el odio de una guerra y la incomprensión de nuestras islas culturales. Publicado en Diario Informacion

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jueves, diciembre 22, 2005

RISAS

El buen o el mar humor muestran como nos encontramos por dentro. La risa amable, que no la risa burlona y ácida, confirman que nuestra vida va bien. El malhumorado es generalmente suspicaz, pesimista. El siglo XIX y XX, encaramó en nuestras escuelas un sentido de la vida «serio». La verdad era una cosa seria. El hombre de ciencia, era el único ser que se aproximaba a la verdad, aislándose por completo de los hombres. Los demás eran masa, experiencia superflua. El que tiene sentido del humor, actúa justamente de forma contraria: en el fondo sabe que lo que realmente importa es la felicidad de las personas. El buen humor refleja el talante ante la realidad en la que nos movemos y vivimos. El humor bueno, el buen humor, lo tienen personas agudas y ecuánimes, con un realismo con un punto de picardía, que les hace no tomarse demasiado en serio a ellos mismos. Cuentan del escritor inglés Gilbert K. Chesterton, que al intentar pasar a una habitación quedó encajado en la puerta de lo gordo que era. Unos niños comenzaron a reírse de él, y él comenzó a reírse con ellos a todo pulmón. Chesterton era conocido por su buen humor, su aguda ironía y sus apasionadas polémicas con Rudyard Kipling en los periódicos, en las que nunca llegó a perder el respeto ni el buen humor. Se sabía falible, aunque era un genio de la literatura como pocos, que dictaba de corrido libros a su secretaria. Sabía que para saber reír, hay que afirmar a los otros, dejar que crezcan, que se desarrollen, que se hagan más grandes. Entendió perfectamente que el humor es saber distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Lo esencial son las personas. La persona que ríe, que tiene buen humor no tiene miedo a los otros, a que le roben las medallas. En el fondo es un ser realista, porque sabe que para hacer que las cosas duren, que nos sobrevivan hay que trabajar en equipo. El buen humor es el resultado de afirmar y no negar a los otros. Publicado en Diario de Ibiza

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lunes, diciembre 19, 2005

EL QUIRÓFANO

Entramos con los pies por delante a esa sala helada donde los médicos hacen chascarrillos y las enfermeras juegan al mus con el instrumental médico y nuestra vida. Nos hurgan las entrañas mientras caemos en un sueño vacío y blanco que nos arrebata hacia el éter de la nada. Fuera, nos espera un corazón al que le han aullado los lobos fríos del miedo y la soledad toda la noche. La cafetería visita a nuestras familias, y escuchan el tic-tac infernal del reloj de la sala verde. Verde es la sala, porque apaga el color de la sangre que se escapa sin pedir permiso. Salimos de allí, y no nos tenemos a nosotros hasta que unos ojos amigos nos recuerdan que somos mucho más que una verbena de músculos lisos y suaves. Para ellos somos un mundo, y esa sonrisa que se descorcha en la comisura de la boca como una riada de soles blancos, nos confirma que hemos vuelto, que la parca no nos ha sellado estos labios que siguen siendo los pulmones de nuestra alma y de todas las almas que se beben los jirones de palabras que disparamos como salvas a los que queremos, con ese claqué imperceptible que es nuestra voz, nuestros gestos, nuestro andar y nuestro ser. Nos necesitan, y cuando volvemos, estalla la paz del silencio íntimo, el amor vuelve a su centro, ese éxtasis de la intimidad que no necesita palabras. Y lo dejamos todo aparcado mientras colonizamos sin cesar un microcosmos de miradas que nos rodea. Demasiado flojos para hablar. Todo es demasiado, y nada es poco. Quizá, a eso se le llame vivir. Lo que no llevo conmigo, sobra. Y lo que llevo conmigo son los que quiero, porque sin ellos no tengo pista de despegue para otear el horizonte de mi utopía personal, y que es la única por la que mantengo que merece la pena penar y vivir. Ahora en verano, mientras los anuncios se llenan de rubias suaves y dolce vita, hay muchos que tienen que atravesar de repente el rubicón de un quirófano, y echarle un pulso a las tinieblas. Ojalá, tengan labrado el camino por una sobredosis de visitas y amigos. No todos tienen esa suerte, y a esos desgraciados les dedico estas líneas y les mando todo mi afecto. Publicado en Diario de Ibiza

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jueves, diciembre 15, 2005

POLITICOS

En verano la inflación de titulares sobre política se acaba. Las páginas se llenan de ocios y sociedad. Muchos lo agradecemos. El político es el administrador de la cosa pública, y la cosa pública tiene un tamaño excesivo. El Estado se come del 50-60% del PIB, pero paradójicamente es demasiado pequeño para los problemas generados por la globalización y demasiado grande para los problemas que preocupan al hombre de a pie. Además, la capacidad de elección de nuestros políticos es muy limitada, porque los partidos están habituados a raptar nuestros votos en listas cerradas, que no tienen por le momento la mínima intención de cambiar. Si a esto añadimos el hecho de que en las elecciones a cargos internos, las listas de militantes están llenas de militantes fantasmas y datos falsos, donde un sector del partido es el que tiene acceso a los datos de los militantes para financiar campañas electorales y al resto de los discrepantes se les niega el pan y la sal en nombre de “la unidad”, el panorama es desolador. El político es un funcionario que tiene una disciplina superior a la de cualquier militar. El resultado son unos partidos, tienen en su mayoría estatutos inconstitucionales. Las élites de la política son pirámides cerradas y refractarias que negocian con grandes grupos económicos propietarios de los grupos de comunicación obsesionados con controlar la opinión pública. La sociedad del conocimiento ha desbordado a las antiguas ideologías, que predicaban modelos sociales de soluciones totales y perfectas. Al nuevo estado de la humanidad se llegaba mediante la revolución. Después de la revolución, sólo era cuestión de implementar con el Estado y la política las soluciones definitivas. Esto ya no es así. Nuestro macroestado del bienestar hace aguas, debido a su insaciable necesidad de fondos y nuestros políticos deberían pasar a un saludable segundo plano, para dar preeminencia a los equipos humanos que originan la novedad, que se produce fundamentalmente en tres ámbitos: la empresa (mediana y pequeña), la universidad y la familia (la unidad realmente formativa de seres humanos). No podemos seguir financiando un leviatán que no sabe moverse por los pasillos de la galaxia de internet y la globalización. Publicado en Diario d e Ibiza

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sábado, diciembre 10, 2005

EL MONOLINGÜISMO

El límite de mi lenguaje, es el límite de mi pensamiento, de mi mundo, decía Wittgenstein. La lengua, es la pestaña que nos filtra el exceso de luz de las cosas a través de las palabras que ha inoculado en nosotros la tribu en la que nos socializamos. Si uno tiene la dicha de poder visitar otros atlas de geografía humana que son las lenguas extranjeras, penetra una puerta hacia el pasado y el futuro de una comunidad natural que usa la lengua para construir lo que la une y lo que la diferencia de los otros. Las poblaciones que han sido monolingüistas, conocen bien a fondo como suena el río de sus palabras. Pero, el Otro, con su lengua inhóspita, su cultura opaca, reta con su presencia nuestra voluntad totalizante. El país con una lengua distinta, humilla, porque crea extranjeros a esa comunidad, situando al viajero y visitante de fuera por debajo de ella. Ese muro se rompe, cuando un país se hace multilingüe, y se pasa de conocer algunas palabras solitarias, inacabadas e inconclusas como islas a un flujo de símbolos, que inundan y enriquecen para siempre las plazas de la imaginación y la memoria. H. G. Gadamer dice en su ensayo La Herencia de Europa, «no creo en absoluto en la idea de una lengua única (...) La lengua es principalmente lo que habla la comunidad lingüística natural, y sólo las comunidades lingüísticas naturales están en situación de construir lo que las une (...) La diversidad de lenguas europeas, la vecindad del Otro en un espacio reducido, se me antoja una verdadera escuela».En Europa existen actualmente unas cincuenta y tantas lenguas. En países como Suiza o Luxemburgo, los que más renta per cápita tienen del continente, hay cuatro y tres lenguas oficiales. En Luxemburgo, por ejemplo, se enseña alemán y francés indistintamente. Los universitarios tienen que estudiar en Francia o Alemania, porque no hay instituciones universitarias en el pequeño Luxemburgo. En Suiza, hay cantones donde en determinadas partidas se habla y enseña el Francés y otros donde se enseña el alemán. Si tienes que cambiarte de cantón, mala suerte, pero nadie se enfada. Se ve como algo normal. En su diversidad reside su fuerza. En ninguno de estos dos países hay ningún problema de identidad nacional, ni complejos de un idioma respecto de los otros. Quizá sea hora de comprender que la diversidad es una fuerza, para comprender el mundo, y no para perecer en él. Algunos echamos de menos a gente tolerante como Javier Tusell o Dionisio Ridruejo, que amaban la diversidad de la España plural. Este pim pam pum de energúmenos, la verdad, me cansa.

Publicado en Diario Informacion 10/12/2005

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miércoles, diciembre 07, 2005

OJOS

Una vida se condensa a veces en una mirada. Un cruce de ojos rapidísimo, pestañas que casi sin querer raspan en vuelo rasante esa frontera del alma que es el cuerpo del otro. Los ojos intuyen, sueñan el pozo de la intimidad desnuda, para precipitarse en la hoguera de retinas imantadas para siempre. La nieve cubría el volcán. Bastó un roce de los ojos para desatar el terremoto atávico del eros. A partir de ese instante, el cosmos tiene dos mitades, un antes y un después. Los ojos enamorados, protegen a su niña-amante. La compasión se hace pasión y la pasión se viste de proyecto. Los amantes, se unen en una intimidad donde se reinventa el mundo y la riqueza de la vida: el hijo. La madre espera al hijo, con ese brillo en sus ojos de fruta a punto de brillar de puro madura. Los ojos entornados esconden el mal, porque el odio ciega y aplasta las pestañas hacia dentro. Pero también surgen a veces, ojos claros, muy abiertos, de cristal, serenos. Esos ojos, se persiguen toda una vida, y si se encuentran, hay que saberse dichoso como nadie. En ese muelle, se puede descargar todo, porque son firmes como columnas que sostuvieran el dolor del mundo, como si fueran la prueba evidente de que la esperanza existe hecha carne en el temple abrasador y tranquilo de esa mirada. Los ojos de los ciegos, nos hacen sentirnos culpables, porque no nos ven. Los ojos tímidos, buscan el pecho propio, y se acurrucan en el yo. Los ojos llenos de ira, devoran el paisaje cercano. Los ojos tristes, se cansan de mirar, miran adentro y buscan agarraderas afuera, pero les cuesta salir del dentro inundado. Los ojos de los enfermos tienen la sonrisa agridulce en la recámara, cuando vas a visitarlos. Los ojos ancianos esperan como si su futuro ya estuviera asegurado. No se imponen. Ya no les queda tiempo para imponer nada. Sólo de vez en cuando dejan caer unas palabras, que marcarán el paso de la vida de los nietos cuando el tiempo las haga germinar, y transforme aquellas voces que parecían tan ligeras, lanzadas a vuelapluma, en el norte que marque unas vidas. Las palabras de los ancianos, van preñadas de la experiencia de toda una vida que se comprime en los breves momentos que le quedan cuando sienten que su cuerpo hace equilibrios al borde del precipicio de la eternidad. Publicado en Diario de Ibiza

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NADA

Hoy, soy marinero, un niño que aprende en el internado del colegio del mar. Contemplo su piel erizada de azules intensos, mientras el sol extiende su incendio de diamantes por su manto de espuma blanca. Al fondo, unas gaviotas, navegan en el aire, rasgando con el bisturí de sus alas el infinito espejo líquido de cielo-mar Mediterráneo, abriendo una bellísima herida de Dios en el tapiz de una tarde, que, ya para mí, jamás caerá en el olvido ¡Qué sublime es la herida, ese garabato que sangra como una boca enamorada, reflejo en la caverna de nuestro yo que proviene del más allá! La admiración, es un no saber explicarnos como es posible una belleza así. Ella nos obliga a cruzar la frontera que separa lo absurdo de lo razonable, porque el mundo apunta a un orden y una razón sublime. En el placer de la admiración se insinúa lo que está más allá, lo que se ha perdido. El deseo de lo sublime, nos habla de que somos más. Las prisas virtuales y el cemento, tratan de evitar el canto de las sirenas de la admiración. Si no logramos admirarnos, ya no habrá riesgo de perder el equilibrio para ser seducidos por la belleza y la verdad, mientras atravesamos la prosa de este mundo. Un ejército de hormigas especializadas que limpian y barren el gran hormiguero del Mercado, habrá eliminado eficazmente el dulce dolor de la herida, ese canto que nos llama desde el otro mundo, cuya llave llevamos dentro. Para completar este mundo, hacen falta los trozos del otro. Nuestra ansia de infinito y nuestro sentido común anclado en la realidad prosaica que tocamos todos los días, «son las dos alas con las que el ser humano se eleva hacia la contemplación de lo real, de la verdad» (John H. Newman). Lo real no es una burbuja mental, sino un poema que desciframos arduamente nosotros y la estructura ordenada del mundo. Si no comprendemos nuestro sitio, la burbuja crece, todo es casuística, y nada tiene porqué ni orden. Somos, en el fondo un error de medida, un accidente que se lleva la corriente del tiempo que nos arrastra. Las gaviotas nos miran y nosotros las miramos, como si fuéramos un montón de letras lanzadas al azar hace un billón de años, y por puro azar absurdo se hubieran combinado esta tarde de verano en una millonésima de segundo, para volver instantáneamente al caos de la nada. Publicado en Diario de Ibiza

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MUJERES

Le pasa un no-se-qué al intestino delgado de mi coche. El verano no le sienta bien, y ahí está enfermo y parado en el taller. Lo fui a recoger, pero Hugo, un mecánico suizo-español, está de los nervios auscultando las delicadas tripas del monstruo. Total, que me quedo otro día sin coche, y subo al autobús. En cuanto paso la frontera de la puerta, me arrolla un torrente de colores y lenguas hasta la cintura. El autobús va lleno de mujeres. Una negra vestida de oro, lleva el móvil abierto mientras intenta tapar las vías de agua de su corazón que habla en susurros una lengua que no entiendo pero sí siento. Una rubia eslava con la piel recién teñida al sol, con dos océanos de azul y éter condensados en sus ojos, se esconde detrás de una mujer más mayor, con manos gastadas y uñas claras como joyas rococó. Es ya una señora, una verdad, una persona, una vida. Su perfil es un acantilado que te arroja a un abismo humano donde se encuentra la verdad de la existencia, al que casi ningún hombre le gusta arrojarse, porque prefiere deslumbrarse ante el esplendor de la especie y el remolino breve de la selva caótica y juvenil. Una asiática con aros en las orejas, vestida de medio chándal lleva una preciosa niña dormida en brazos. Se sienta. La niña, con su vida breve en brazos de su madre, hace hablar todas las cosas, sacándole acordes nuevos a las calles, los objetos, las esquinas. La niña lo vuelve todo al revés. Con esos ojitos llenos de fe en la vida, sin pasado, dispuesta a cruzar la selva del lenguaje, tomando las palabras de la boca de su madre, una a una, como una fruta alegre con la que sojuzgar al mundo, porque el mundo es suyo. Con sus manitas, sólo se interesa por un sonajero entre un universo de cosas, por unos ojos entre miles de millones, los de su madre a la que siente en su duermevela. Va por el universo despertando objetos dormidos. Una noche de electricidad germinó en esta niña para siempre. Un choque engendró un encuentro hecho carne, donde el mundo se armoniza indoloramente. Sólo quería cruzar el trayecto paticorto de mi casa al trabajo, y he acabado bebiéndome media España, una Europa y muchos mundos encerrados en la gota de agua de la línea número 23. Estoy alegremente cansado. Publicado en Diario de Ibiza

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LLUVIA

Salimos unos días de viaje. El coche ronroneaba como un gato, feliz de poder salir despedido del garaje y cabalgar la serpiente del asfalto. Todo era como de costumbre a los lados del camino. La neblina del verano se posaba sobre una cordillera blanda, que caía como un párpado sereno sobre el horizonte. El marrón parduzco de las laderas se abría paso entre sarpullidos intensísimos de pinos y naranjos enjoyados de frutas, que desordenaban el paisaje desierto con una ira que golpeaba el iris de nuestras almas de forma arrolladoramente desordenada, a borbotones. Era el sonido de la vida, sobreviviendo tozudamente a una sequía a base de arterias de acequias que habían ido desabrochando la vitalidad escondida al secano levantino durante siglos. A lo lejos se abalanzó de repente un ejército de nubes negras. Nadie creía que fuera a llover. El calor y el sol era espeso, y esa selva no se la salta ni la nube más negra. Sin embargo, el frente de nubes seguía avanzando, dibujando figuras amenazantes. En un momento dado, un relámpago cruzó el cielo como si en el fulgor de ese instante toda una vida se hubiera transmitido entre los dos muros de la cierra y el cielo. Era un aviso de lo inesperado, lo inabarcable que nos engullía de forma arrolladora. Seguimos avanzando, hasta que entramos de lleno en el panteón de una manada de orcas negras vestidas de nubes y preñadas de lluvia, que corría como una jauría de cataratas sobre nuestro parabrisas. Mi acompañante hasta ese momento había permanecido callado, como si una mano invisible posada sobre sus labios le contuviera. Pero aquello era tan fuerte que empezó a bostezar miedo por su boca. Un paraíso desértico se llenaba de agua una vez al año, y era tan de repente, que parecía que uno venía de otro mundo. Los montes de arcilla se deshacían ante nosotros. Toda la carretera se transformó en una rambla de piedras rodantes. Al poco volvió a salir el sol. El aire estaba limpio. Se podía oír el rumor del agua que corría loca por las cuestas, sin rumbo, buscando con ansiedad la salida hacia el mar. Aquí el calor desgasta rápidamente ese mal de las alturas que se llama lluvia. El agua siempre se vuelca sobre nosotros de forma extrema, como queriendo darnos la lección definitiva, pero, no lo consigue. Publicado en Diario de Ibiza

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LIBROS

Una mirada a los libros y dos a la vida, me dijo una vez aquel ingeniero artista. Cervantes, opinaba lo mismo. De tanto leer a su héroe Quijote se le secó el seso, pero, si no hubiera leído tanto, el impresionante Museo del Prado de las Palabras que es el Quijote, con sus 12.500 vocablos decorando sus inigualables estancias, no existiría y todos seríamos paradójicamente más Quijotes solitarios de lo que somos ahora. Gracias a los libros, el hidalgo sale de su finca y conquista un mundo extraño ¿La utopía alimenta al loco, o es la falta de utopía la que genera la locura? Borges, Cela, Canetti y otros autores vivieron y murieron entre torres de papel. Todos sus universos fueron literarios y multilingües desde la infancia más tierna. Se hicieron al sabor de las bibliotecas. Otros como V. Alexaindre, gracias a la enfermedad se pararon a auscultar el vuelo de las golondrinas de Bécquer en los libros, y descubrieron el poder de la palabra tras los barrotes de su celda literaria, en el vuelo de las palabras por su intimidad desnuda y quieta por la enfermedad. Julián Marías y Javier, su hijo escritor, viven en una casa antigua de techos enormes, en Madrid, donde las mesas del comedor están ocupadas por torres de libros que han medio leído cuando cambiaban de habitación. Hay tantos que ya no saben donde ponerlos, y se apilan como cadáveres exquisitos en la memoria residente de sus ordenadores vitales. Los libros recogen la historia de nuestro interior, son las autopistas por donde vuela la vida de nuestra historia personal, artística y social. Los libros son demasiados, y nuestra vida es corta para leerlo todo. Sin ellos, acabamos confundiendo la imaginación con irnos de compras. Por eso hay que seleccionar. Vamos a leer para descansar, y no nos gusta que nos amarguen las pocas horas que nos quedan mientras leemos. Es necesario catalogar, filtrar, pues de aquí a unos años, muchos autores desaparecerán del escenario, y ya jamás se sabrá de ellos. Sólo permanecen los que atrapan el espíritu de su tiempo con destreza y realismo, aunque sea mágico. Pero, a veces lo que te pide el cuerpo, es picar de aquí y de allá, con natural desorden en libros varios, con la pasión desordenada de la vida que fluye sin tapujos. Publicado en Diario de Ibiza

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KILOS

Después del verano aumentan las rupturas matrimoniales. Es la historia de todos los años. Luego, en un plis-plas llega el verano de nuevo. Ese año hemos engordado unos kilos, porque la ruptura le da a uno mucho stress. Ahora hay que desandar el camino de la nevera, y hemos de adelgazar para poder situarnos debajo del naranjo desde el que caiga la otra parte de mi yo que me falta. La soledad es muy dura, y hay que hacer que nuestra tripa mire a nuestro corazón y se reencarne en un cuerpo bello que alegre la vista de esa mirada que estamos buscando. Los miembros de la pareja rota siguen direcciones opuestas, pero intersectan en una terrible soledad. Para tapar el agujero, se busca rápidamente un sustituto, que tarda en llegar, porque el miedo nos oprime el corazón. Si me doy en cuerpo y alma al que llega, si he esculpido mi cuerpo y mis palabras para que mi presencia emita el atractivo necesario, si tengo puestas las esperanzas del fin del sufrimiento en la novedad de esa sonrisa, también tengo el terror al sufrimiento del desamor más metido que nunca en los tuétanos, enterrado en lo más profundo del ego. El premio nobel Severo Ochoa, al morir su mujer, le dijo a la periodista: "Pilar, se mucho de lo que no me interesa, y nada de lo que me interesa". Sabemos muchas estrategias, estamos trabajados y preparados sobradamente para conquistar una plaza de aparcamiento en el hipermercado del éxito mercantil, pero no sabemos como cantar juntos un te quiero que cristalice para siempre. Mucho esfuerzo se centra en el gimnasio para adelgazar, pero nadie nos dice que el problema es nuestro ego lleno de miedos que no sabe traducir su debilidad en compasión por el otro, con sus complejos, sus miserias y sus egocentrismos, igual que los nuestros. Detrás las acrobacias sexuales de verano, el alcohol y la lluvia de excitantes que nos mantiene el corazón en marcha a empellones, sólo queda otro cajón lleno de tranquilizantes y fotos tiradas a la basura. Es nuestra propia imagen la que se deshace al rechazar al otro. El monstruo es expulsado fuera, pero, sigue dentro. Otro año volviendo nuestros pasos a la nevera. Otro año llenando el cajón de medicinas contra la depresión. Otro año huyendo de nuestro espejo. Publicado en Diario de Ibiza

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JAIMAS

Los domingueros eran aquellos seres que llegaban cargados de banastos y vituallas. Abrían las sombrillas, esas farolas que iluminan sombra. Cubrían la desnudez de los parasoles con una sábana blanca que blindaba algún flanco descubierto. Estas jaimas de pobre, que se apretujaban en las calas reservadas a domingueros, son como palomas de alas rotas que todavía chapotean en nuestra memoria, recordándonos aquellos domingos. Dentro, solían arremolinarse unas señoras gruesas que mesnaban canastos de bocadillos y coca-colas. En la comida, se hablaba de las heridas que había abierto la colmena de los hombres en aquellos corazones gruesos. Las palmeras, posaban serenas, como árboles acuáticos que lograron llegar a la orilla. Las horas se escurrían entre los dedos como agua pura. Cerca de allí, con el alma mirábamos al pasado, con infinita nostalgia, para contemplar nuestra vida, ese espacio contenido entre dos muros, entre los dos nuncas, entre dos sombras, entre dos silencios, entre la nada y el todo, como dice José Hierro. Contemplábamos y contemplamos la radiante claridad, la gota de agua que se eleva como una lágrima lúcida mientras el niño chapotea feliz. Escuchar el aleteo de las sombrillas, esas chabolas de viento acartonadas con sábanas. Sentir, como el corazón aletea escondido en el pecho y suspirar para que el marcador de los latidos siga subido a la locomotora de la vida, de una vida plena llena de ellos y nosotros. Todo aquello, nos sumía, nos sume en una honda melancolía, recuerdo de lo que alguna vez perdimos. La felicidad, no se ha parado delante de nuestra puerta, es esquiva, juega con nosotros. Ellos, que viven bajo los focos clamorosos del éxito, y poseen suaves descapotables y piscinas (...) y ríen entre rubias satinadas, bellas como el champán, pero no son felices, y yo, que no teniendo nada más que estas calles gregarias y un horario oscuro, y mis domingos baratos junto al río (junto al mar), con una esposa y niños que me quieren, tampoco soy feliz. (Miguel D´Ors). Somos una jaula, que arranca cantos a la vida mientras siente, la nostalgia de la entera eternidad, esa rosa que se marchita rápidamente en nuestro cuerpo, pero que sube como grito al galope, cada vez más fuerte, por nuestra garganta. Publicado en Diario de Ibiza

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IDENTIDAD

En el museo histórico del ejército de Viena se encuentra expuesta la casaca del archiduque Francisco Fernando, con las manchas de sangre, el desgarrón en la manga y a la izquierda del pecho. La casaca es la reliquia que nos recuerda a todos el pistoletazo de salida de nuestro sangriento siglo XX en busca de su identidad. Cada identidad está construida sobre intercambios y sustracciones de identidades. Cada nación es hija de un regimiento. Durante muchos siglos, el incremento absoluto de las poblaciones, era insignificante. Pero, desde que el intercambio tiene un carácter exponencial, las reglas del juego se han transformado. No obstante, entre 1810 y 1920 llegaron a Estados Unidos 34 millones de personas provenientes de Europa, tal y como nos recuerda Enzensberger en `La gran migración´. Si las transacciones se realizan entre países de cultura occidental, no lo consideramos una amenaza para nosotros, aunque nos invadan con comida y contratos basura. El problema, el miedo, aparece cuando la invasión de pateras viene de ese continente que Leopoldo II de Bélgica denominó como «magnífico pastel africano» en la infame Conferencia de Berlín de 1885. La casa, la patria, la ciudad, son el lugar de nuestro origen, que configuran nuestra identidad. Siempre hay una puerta, un límite entre lo forastero y nuestra intimidad. Cuando ese límite se disuelve, el lugar es de todos, no existen ausencias, porque nadie deja huella en una gran superficie comercial o un enorme hospital. Un lugar público, no es nuestro, porque se usa para algo, no se tiene. Como dice Manuel Altolaguirre: la puerta de la casa / de donde salí llorando / me llegaba a la cintura. La salida de nuestra identidad, nos impide andar, nos inunda. Si en la ciudad, la patria o la casa, se valora sólo a los demás por los ingresos, los resultados económicos, por la utilidad que aportan, se vive en una totalidad generalizante que desemboca en el desarraigo. La plaga de pateras que cubre nuestro horizonte como si fuera una nube de langostas, pone en cuestión nuestra identidad, construida sobre las expectativas del comercio, del utilitarismo y el desarraigo. Preferimos mirar a otro lado, mientras el cadáver del subsahariano es arrastrado por la suave espina dorsal de una ola que se disuelve con la misma rapidez que nuestra conciencia. Publicado en Diario de Ibiza

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HOGAR

Tengo para mí que el hogar no es una solución habitacional, ni una VPO náufraga en un mar de cemento. Un hogar no es un conjunto de colmenas que conserva obreros especializados que han ajustado las tuercas de la gran máquina, y al volver del trabajo, la máquina los vomita a sus celdas para que se adormezcan en el formol de una bañera de telebasura. Tampoco tengo para mí, que el hogar sea una habitación con vistas a la muchedumbre de gaviotas que habita ese cortafuego del mar que es el cielo. Me gustaría, pero, mis sueños deben sostenerse dentro de cuatro paredes normales, de esas que son delgadas, tras las que se oye a los vecinos toser. Mi casa es de esas que han sido excomulgadas de las revistas de decoración porque no dan la talla utópica necesaria para ser consagrada como astro en el cielo del mercado. Lo que contiene y habita la casa, es lo que me interesa de veras y lo que me ajetrea el alma. El hogar es el sitio donde guardamos los instrumentos necesarios para vivir. La casa es ese sitio donde se guarda a sí misma la persona, el lugar donde "se vuelve", como dice Rafael Alvira. En el hogar, tenemos la consciencia de ser nosotros mismos, sin necesidad de actuar, de disimular. "Volver a casa", es una de las grandes necesidades del hombre. Hacemos, producimos, trabajamos en primer lugar. Luego hay que volver al hogar, descansar. Al volver, aparece lo que realmente somos. Por eso, hay tanto morbo en conocer la vida "real" de los actores de nuestra virtualidad multimedia: los ricos, los políticos, los famosos. En el fondo sabemos, que es ahí donde la persona se despliega naturalmente y aparecen las causas por las que realmente actúa. La coherencia entre vida privada y pública hace que lleguemos como personas a nuestra plenitud, y lo contrario nos aleja de los demás. En el hogar es donde realmente nos conocen. Cuando, en el hogar hay discordias, incomunicación, se nos cae el mundo encima, y se dice a modo de excusa comprensiva "déjalo, es que tiene problemas en casa". Somos el animal más indeterminado al nacer, y el que más ayuda necesita. Y esa ayuda se transmite sobre todo en el hogar. En el hogar se guarda a la persona enferma, a la infancia tan débil, al anciano, a la mujer embarazada, al viajero que se quiso marchar y ahora vuelve. Construir un hogar y mantenerlo, cuidar a las personas que habitan en él, es más rico y humano que ajustar las tuercas de la megamáquina para que el grupo de élite de turno pueda cambiar su velero-nueve-millones de euros cada tres años. Publicado en Diario de Ibiza

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GUARDIAS

Cuando la cosecha está madura, comienza el agosto de las cajas sonámbulas en nuestra piel de toro. El verano rompe aguas y alumbra barras de bar que hacen caja usando como palanca camareras eslavas, rubias, altas y delgadas como faros, que sirven cubatas en las pasarelas de los pubs llenos de urbanitas que ya calzan un treinta y tantos en sus venas, por las que navegan fuertes marejadas de alcohol. Mientras toda nuestra bulimia espiritual se expande por la madrugada, hay una especie de hombres y mujeres plantados como árboles verdes: los guardias jurados. La noche se convierte en el pergamino donde las miradas de los guardias jurados escriben la historia de la abulia noctámbula de mi generación. La generación que vio la luz con el Estado del Bienestar, convulsiona sus caderas al ritmo rápido de las copas. Es preciso divertirse velozmente, en un tiempo donde la juventud, futuro en estado puro, no puede lanzar la flecha intransferible de su vida hacia el tiralíneas de una progresión profesional y familiar decente, porque los contratos de trabajo no cuajan en el horizonte de un "empleo estable". Todo se disuelve en la privatización. Se externaliza la seguridad, las telefonistas, las secretarias, los camioneros, la maternidad. Los poetas escriben, pero ya no cantan, porque Internet se lanza al abordaje sobre los colores de las palabras que son la música. Todos trabajamos en una empresa que ha sido externalizada por otra, unas dentro de otras. Las ideas se copian y pegan, se trasladan desde un sitio de la enorme Sábana Santa del Mercado a otro, que por supuesto es China. Se nos hace correr de empleo en empleo mientras una pareja de guardias jurados plantados a nuestra vera controla si llevamos el código de barras bien adosado en nuestra frente. Los policías nacionales y los guardias civiles, ya no existen, porque se deprimen más, piden la baja, y se hacen los remolones con el rollo ese de hacer turnos que dan más vueltas que las agujas de un reloj. ¿Quién puede soportar eso, si tu parienta trabaja de 9 a 8 de la tarde? El pobre Antonio, un bracero vestido de verde que se gana las lentejas guardando la puerta de la discoteca con más decibelios de la galaxia, tiene una niña y una mujer esperándole en algún punto nebuloso de la memoria. Cuando salga de guardia, ella se habrá ido a trabajar y su hija crecerá entre notas pegadas en el frigorífico. Viva la democracia social.

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FRAGMENTOS

Existen muchas clases de casi cualquier cosa. Nuestras enciclopedias y almacenes clasifican todo en miles de referencias. Todo es divisible y clasificable. Se clasifica y trocea, se agrupa y se rompen los puentes del Todo para llegar a unas partes que podamos comprender. Pero si las partes dejan de sonar en el todo de la música de nuestra realidad, se fragmenta nuestro mundo, y no queda nada. Como decía Pitágoras, la armonía es la música que une las partes con el todo. La representación del mundo que hace la televisión, es un collage de anuncios donde cada treinta segundos cambia el registro del fragmento necesario para obtener la felicidad. La guerra de fragmentos de consumo es brutal, y el paraíso se logra comprando una minipimer, un coche o un cepillo de dientes que te lleva al limbo de la blancura que más liga en el barrio de las sonrisas profidén. Nuestros sentidos intentan agrupar todo ese naufragio de fragmentos en una unidad que le de sentido. Nuestro interior nos arrastra hacia el horizonte donde se juntan los fragmentos y el todo en perfecta armonía. Mi hija Patricia me atosiga con una pregunta y me veo obligado a hacer un aterrizaje de emergencia sobre su imperfecta e incisiva prosa. Ella no sabe que su padre navega por los valles quebrados del cosmos. Sus ojos vivos están enfadados, porque no he atendido inmediatamente su necesidad. Su vocecita logra recordarme un montón de cosas pequeñas que he de hacer, una lista de fragmentos que me empujan lejos de ese horizonte llamado felicidad. Ordeno y ejecuto algunos fragmentos. Los niños siguen importunando, y se alarga mi diálogo con la fragmentada realidad del presente absoluto que son los hijos. Al final del día hago balance, y logro intuir que la imposición desordenada de órdenes infantiles y familiares sobre mi asediada burbuja egótica, me ha obligado a enhebrar endecasílabos casi al azar, cabalgando al galope mientras atravesaba el viento de las palabras. Sorprendentemente, la sinfonía de los fragmentos, suena bastante bien y me arrastra con sus balas trazadoras hacia los demás, obligándome a descubrir las necesidades y realidades pegadas a la mía. El viaje ha merecido la pena. Casi logro romper la cárcel de mi burbuja. Otro día será. Publicado en Diario de Ibiza

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ENAMORAMIENTO

Enamorarse en verano. Ya casi no cabalgan en mi memoria aquellos amores primeros, y hay que bucear en las aguas profundas del tiempo para volver a aquellos veranos. Estábamos allí apoyados en la barandilla del alma de aquella chica, que nos sonreía con los ojos y mientras aquella enorme luna llena desparramaba su plata sobre la noche mediterránea. Reíamos y balbuceábamos sentados, y ella recogía su pelo con una perversión angelical que hacía que las estructuras del cuerpo temblaran como un andamiaje imposible. El amor de verano se terminaba cuando ella volvía a Madrid. La vida volvía a fluir por el caudal de la rutina diaria de nuestra urbe, que luego con los años hemos logrado conocer bien, mal que nos pese. Aquellas breves escaramuzas sentimentales dejaron hondas cicatrices en nuestra juventud perpetua, que es nuestra vida interior. Ese rico bosque de pasiones, nobles y también oscuras, logró asentar muchos sillares de nuestra identidad. Muchos de esos puertos interiores en los que atracamos nuestro corazón adolescente, son aquellos donde fijamos nuestras amarras definitivas, por donde fluye la rutina diaria, esa que tiene más vueltas que el subconsciente de Freud. El cruce de caminos de la juventud es bello en el momento, pero se decide entre los impactos que producen los meteoritos sentimentales que abordan sin piedad nuestra madera más íntima, que es la de nuestro corazón, quizá la joya de nuestra corona, la mayor de nuestras potencias vitales. Decidirse por un camino u otro en la vida, viene encerrado en los arpegios de la música que destila el corazón. El corazón, como decía Pascal, tiene razones que la razón desconoce. Decidirse por un camino u otro es una tarea durísima a la que sucumben los más duros machetes. No me gusta esa sonrisa irónica de muchos adultos que miran con desdén a los adolescentes. El precio para compartir nuestra intimidad siempre es alto, y el chaval o la chica que navega las aguas del merchandising actual lleno de slogans consumistas, lo tiene difícil. Mejor sería que escucháramos más y echáramos una mirada a nuestra adolescencia, para intentar descifrar los mensajes del corazón abierto de los jóvenes que se encuentran a nuestro alrededor. Publicado en Diario de Ibiza

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DEPRESION

Las tristezas, señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias" le dice Sancho Panza a Don Quijote. Hay estadísticas que indican que un 10% de la población padece la depresión. Entre los niños y los adolescentes, las cifras se han disparado hasta el 15-20%, en los países más ricos. Para muchos, la noche ha descendido para abrazar la tierra tan apretadamente que el día ya no ha vuelto a clarear. El que sufre depresión, quisiera escarbar un agujero dentro de sí para salir del túnel oscuro de su mente. ¿Porqué tanta tristeza en medio del alud audiovisual de placeres que nos anuncian sin cesar? Quizás porque hemos sustituido la búsqueda de una meta superior, que realmente justifique y haga de nuestra existencia algo valioso, por un montón de objetivos parciales y momentáneos, que sólo tienen una finalidad práctica y carente de valores, que se suceden sin descanso, sin poder pararse a pensar, a contemplar, ni hacia atrás en la memoria, ni hacia delante, para vislumbrar el camino que nos es necesario para alcanzar esa meta. Nuestras prisas, nuestras agendas llenas a reventar donde estallan en mil pedazos todos los relojes, nos llenan de una supuesta felicidad y utilidad nuestros días. Somos piezas felices de la enorme cadena de producción, que sacrifica cualquier instante al que le sigue. Los ancianos, los niños y los enfermos, no tienen sitio. Nuestra vida es vida, cuando no tenemos vida propia, porque somos un peso que sólo quiere caer, precipitarse cada vez más abajo sin detenerse nunca, porque entonces perdería su identidad, ya no sería peso. Nuestra civilización nos ha privado de vivir plenamente el presente sin prisas, nos inunda de imágenes que impiden al pensamiento detenerse en lo esencial. En verano, las depresiones aumentan, porque nuestra actividad cambia, nos paramos un poco y es entonces cuando todo se cae y aparece la depresión. No sabemos poseer nuestro tiempo, sin tener la necesidad de consumirlo en la persecución de un resultado que se encuentra siempre un paso por delante. Todas esas agendas llenas, todas esas palabras y gestos de prisas sin pausa, no son más que cenizas del sueño de una falsa libertad. La depresión, casi siempre, no es más que un traje que viste a la alienación y la falta de sentido. Publicado en Diario de Ibiza

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CALOR

La tierra se recalienta, mientras Nueva York consume tanta gasolina como toda África. Vivimos disparados hacia el progreso, pero, ese disparo conlleva un peligroso retroceso de destrucción ecológica, que mata el musgo donde se cobija la vida frágil de nuestro genoma y nuestra bios. El sol abrasa, recalienta la tierra reseca sin agua. La sequía se expande, y el cambio climático hace que el nivel de los océanos suba, que cambien las corrientes marítimas y aumente el número de catástrofes climáticas. El recalentamiento de la tierra hace que miremos a la ciencia con otros ojos, porque con ella podemos destruir nuestro entorno. La caja de Pandora, se abrió, y los ángeles del cielo y del infierno ya no gobiernan el cosmos. Las leyes científicas y asépticas engendraron una tecnología que ha sido revestida con la túnica sagrada del bien y del mal, dirigiendo la destrucción de nuestro planeta. Arriba, en la pirámide de nuestro conocimiento, nos gobierna una pizarra llena de ecuaciones y logaritmos, sin sentidos, sin sentimientos. El orden se ha convertido en caos. Niels Bohr se reía de Einstein, diciéndole que no debía decir a Dios lo que tenía que hacer, Ahora es la tecnología la que se ríe de nosotros y proyecta su poder sobre nuestro futuro humano, amenazando con aniquilarlo y dictando cuáles son los límites. La ciencia hay que usarla con cuidado. "El sol y la muerte no se pueden mirar de frente", escribió Rochefoucauld. Hay que tenerle más respeto al sol, a nuestro mundo. El sol derritió la soberbia de Icaro, que osó plantarle cara. Nuestro ecosistema herido nos recuerda que somos parte de la cadena trófica, no estamos por encima de la naturaleza sino en ella y debemos usar nuestra tierra con delicadeza. Ya lo decían los griegos: nada en exceso. Como simples veraneantes, sólo nos queda adaptarnos al calor. Combatimos el calor peinando con nuestros cuerpos las arrugas del mar a todas horas. En casa, los rompeolas del calor, esos ventiladores comprados en las rebajas, disparan desde las esquinas salvas en honor de Eolo. Por las noches, el calor, ya no respeta ni las madrugadas hondas, esas que empiezan cuando ya despunta el día y el rocío se cuaja en las pupilas adolescentes de unos geranios, que incendian con su lluvia roja de pétalos los balcones. A todo esto, los amantes están felices, porque tienen tiempo para mirarse y hablar, despreciando nuestras preocupaciones. Ellos prefieren el duelo abrasador de las miradas, ese otro sol que abrasa dulcemente las entrañas. Los amantes, como decía Octavio Paz, saben que sólo con el calor de la piel, se puede escuchar la respiración, la marea del ser, la sílaba olvidada donde empieza a apagarse la sed que siempre sentimos desde el comienzo. Publicado en Diario de Ibiza

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BRUJULA

La burbuja de nuestro yo se repliega sobre un libro barato y nuestras manos dejan de estar acalambradas por la prisa mientras sentimos el siseo de unas chicharras. La actividad se cambia. Se escucha menos radio y televisión, y más tableteo de velas encofradas en un bote que despliega sus alas blancas para planear sobre la cima del mundo que es el Mediterráneo. Los niños van tras los balones colgados en los balcones verdes de los árboles. Las bicicletas aceleran la respiración de las tardes húmedas que se atragantan con enjambres de turistas. Los pueblos con aljibes, huertos y senderos resucitan y se llenan de adolescentes sorprendidos de que existan margaritas y manantiales. La vida se retiene. Los rostros cercanos que vivían aletargados durante del año, crecen como una enredadera alrededor nuestro, mientras desgranamos una tarde con ellos junto a un limonero gastado, una tarde que se pasa tan rápido. El corazón remansa y retiene con más fuerza que nunca la vida del yo entre las cuatro paredes de un tú que nunca debimos dejar aparcado en el olvido de una prisa innecesaria. Los detalles, las menudencias que nos cuentan sobre sus vidas, necesitan tiempo, silencio, calma. Al fin, comenzamos a comprendernos cuando podemos pararnos a escuchar ese rosario de circunstancias personales, el porqué de las actitudes y las vidas. Esos porqués son los que dan altura y profundidad a nuestra genealogía, a nuestra identidad. La brújula no tenía que apuntar lejos para recargar las promesas de un sí, que nunca dejó de pronunciarse pero quedó enjaulado en una trinchera de agobios. El norte nunca debió salir de nosotros para llegar a su meta. Publicado en Diario de Ibiza

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AÑOS

La mayoría de nosotros vuelve cada año al mismo sitio de veraneo. Las habitaciones huecas, se llenan de nuestra presencia. El denso pasado subsiste en los gestos, las palabras que se han quedado recogidas en los objetos de las habitaciones. Los vecinos nos saludan y hacemos recapitulación del año en unas frases breves. Los niños que gateaban, andan. Los que andaban en bicicleta, ya van en pandilla. Las niñas adolescentes calzan pareos que han robado a sus madres. Aquella chica de mirada dura, que ya estaba insertada en el torrente fáctico y real del mundo laboral, ha tenido un niño. Su mirada pétrea ha desaparecido de su rostro, superada por un torrente de emociones causadas por su hijo. Su sonrisa, es tímida, como si le diera vergüenza mostrar al mundo su enorme sorpresa por el milagro fácil que tiene entre sus brazos. Esa misma timidez y sorpresa hace más evidente el desbordamiento de su antigua autosuficiencia y dureza. La debilidad del pequeño la ha hecho más frágil, más humana. Ahora escucha los sonidos de la calle de una manera distinta. Por la tarde, cuando el sol peina los mástiles de los barcos, salen de paseo con el niño los abuelos y los nuevos padres que andan como astronautas por un planeta que acaban de redescubrir. Otro año más, que nunca será como los demás. Los ancianos miran sonrientes a nuestros hijos, mientras se sorprenden de lo que han crecido. Algunos se sostienen con un bastón que les ha quebrado un poco las ilusiones desde el invierno pasado. El mar se siente nada mas bajar del coche, empapándolo todo. Las tardes son ventosas, húmedas, llenas de sal. En la familia siempre hay alguien cercano que tiene cumpleaños. Las tartas de cumpleaños se llenan de velas, que los nietos intentan apagar de un tirón. La luz de las velas se agarra a esa superficie dulce y empalagosa de nuestro mundo. Cuantos más años, más velas, más luz que se abre camino en las fotos. Mientras, el brillo de nuestros ojos muestra el cansancio de la experiencia y un punto escéptico de cinismo, aguado o reforzado por nuestro microcosmos de amigos, familiares y vida profesional. Hay que dejar que la vida sea una mujer que baila, como decía Paul Valery, mientras otro año más se canta a todo pulmón el cumpleaños feliz. Publicado en Diario de Ibiza

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